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Tintin cumple 90 años, como se va diciendo machaconamente estos días en diferentes medios de comunicación. El mítico personaje de cómic belga creado por el excéntrico Hergé se ha convertido en la estrella más pop del mundo de los álbumes ilustrados y el tiempo ha sabido pasar bien para sus historias y su merchandising asociado, lo que se ha traducido en ser una de las constantes en el coleccionismo mundial. Cualquier cosa que sea de Tintin vale, sea lo que sea. Dentro de ese sea menos conocido o menos relevante de su amplio y ecléctico catálogo, se encuentra un historia marciana que cuajó en un país que en esa época parece ser que estaba pendiente de enseñar (culturalmente hablando): era España, era 1964, y aunque no fuera su mejor historia, incluso aunque fuera de las peores, Tintin y las naranjas azules era la que hablaba de Valencia. La historia es épica porque mezcla un rodaje internacional en la Comunitat y todo su artefacto, pero también por el propio contexto del film que desterró la historia desarrollada en el territorio al olvido, cuando ya parece que salía mal poner València en el mapa.

En aquella época, y aunque el tiempo le haya tratado suficientemente bien como para que ocupe el trono del cómic a recordar de entonces, la saga de Tintin en la década de las 60 no era la más popular de entonces y el personaje tenía incluso una connotación pija. Sin embargo, en el resto de Europa ya vivía un auténtico boom y sus mejores historias ilustradas se desarrollaron en la mitad del siglo XX. Hergé desarrolló, dentro de una curiosa biografía que tuvo lo mismo de éxito que de tormento (como si de una estrella del rock se tratara), a un personaje con una personalidad muy atractiva y con unos compañeros que engrandecían la historia (desde Milú hasta Catasfiore, a la que se le recuerda más de lo que realmente salió en los álbumes ilustrados). El paso lógico fue salir del papel y saltar a la gran pantalla, con una industria cinematógrafica ya bien engrasada en el continente europeo, pero falta de talento en su lado comercial. Hergé tuvo sus más y su menos con la productora francesa que desarrolló aquel proyecto, empezando por el deseo de este de que la traducción del universo Tintin al cine fuera la adaptación de una de sus historias más que delegar en alguien ajeno a la gestión de los personajes. La productora no cedió y al final el belga solo pudo arrancar la promesa de que él podría hacer sugerencias vinculantes en el guion, medida que utilizó sin pudor todo lo que le dejaron.

Así nació en 1961 Tintin y el toisón de oro, una película dirigida por Jean-Jacques Vierne y protagonizada por un Jean-Pierre Talbot de 18 años que había sido descubierto por una directora de casting en una playa. La película llevó al periodista a viajar por Turquía y embarcarse en una aventura inédita que no se produjo con tanto esfuerzo como pareció cuando se inició la idea de adaptar el cómic. Sin embargo, el film es todo un éxito de taquilla en Francia y en otros países de Europa y se decide hacer una segunda parte. Y de ese deseo nació en 1964 (hace ahora 55 años) Tintin y las naranjas azules o Tintin y el misterio de las naranjas azules. La historia contaba el secuestro del profesor Tornasol y otro reputado científico, mientras el segundo le enseñaba la plantación que sería definitiva para la erradicación de la pobreza. Este secuestro se enmarcó, como no podía ser de otra manera, en Valencia, así que la productora decidió aliarse con una española (al 80-20%) y rodar gran parte de la película en Gandía, Xàtiva, los Silos de Burjassot y Beniopa. Tintin conquistaba Valencia cuando menos se le esperaba y el rodaje dejó mil historias que han quedado en el imaginario de las poblaciones, que guardan con cariño para recordar quién era quién en un pueblo que se ha transformado pero fue de cine durante unas semanas. Todos querían salir de extras, todos querían ver cómo se rodaba, todos querían que el protagonista pasara por el rótulo de su establecimiento o al menos que los franceses hicieran gasto y pudieran hacer el agosto.

La película acabó siendo una historia que no tuvo la oportunidad de contar dónde se desarrollaba, y el tópico fue la muleta del realizador Philippe Condoyer a lo largo de todo el film. Los 105 minutos de film lo tenían todo: flamenco, alcohol, toros, una vaquilla persiguiendo a Hernández y Fernández y unas naranjas azules que brillaron más por su excentricidad que por su interés.

La película fue un auténtico fracaso en una Francia que ya entonces podía presumir de cinefilia. En España funcionó mejor, aunque tampoco fue un bombazo, y de esa manera, se planteó hacer una tercera parte de la saga y no cuajó.

Por atrás se dejaron un Jean-Pierre Talbot que no volvería a hacer nada en el cine, acabando como director de un colegio francés y que se quedaría solo con el recuerdo imborrable de ser el gran personaje de los cómics y con el honor concedido por Hergé de ser la única persona que puede firmar como Tintin (que no es poco). También se quedó atrás toda la pirotecnia que despertó el proyecto y que sigue viviendo aquí en la Comunitat: a la película le salió un álbum ilustrado con un texto que resumía la película y que estaba ilustrado por los mismos fotogramas del film; y la película, difícil de encontrar en formato de DVD más allá de las videotecas públicas y las colecciones privadas, fue emitida el primer día de Canal 9 y se dobló incluso al valenciano. Porque por encima de toda circunstancia, y aunque no fuera el mejor Tintin, al menos era el que pasó por la terreta, y eso ya es suficiente.

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