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Estaban ligeramente basados en los revoltosos hermanos de historieta alemana Max y Moritz, nacidos allá por 1865, de la mano entintada de Wilhelm Busch, uno de los padres de la tira cómica europea. Querían hacer el bien, pero a veces, casi siempre, acababan haciendo algo tan mal, que su padre, don Pantuflo Zapatilla, no tenía más remedio que castigarles de tan terribles e ingeniosas maneras como fuera posible. Siempre fingían haber sacado “sendos dieces” cuando en realidad tenían “sendos ceros” en lo que fuese porque el fin justificaba los medios y lo único que querían era que les comprasen, de una vez, su par de ansiadas bicicletas.

Zipi y Zape, los gemelos más famosos de la historieta española, los que hicieron de Josep Escobar el maestro de tantos dibujantes —incluido el propio Ibáñez, que creció dibujando continuaciones a las historietas de los traviesos hermanos que leía de pequeño—, han vuelto, y lo han hecho renovados. La editorial Bruguera, desde 2017 en manos del gigante Penguin Random House, ha ajustado el color y ha introducido pequeños cambios lingüísticos para atraer a los niños de hoy con la intención de convertirse, como Ásterix y Óbelix, en su propia marca.

El relanzamiento coincide con el 25 aniversario de la muerte de Escobar, “todo un pionero”, en palabras del escritor Javier Pérez Andújar, “un maestro, en el sentido más profundo del concepto, pues fue el que enseñó y abrió camino, fue sensible antes que los demás a cómo había que hacer las cosas”. “Fíjense, a los 12 años pintó un mural de seis metros en una pared de una calle de su ciudad, Granollers, que daba a la carretera de Barcelona, convencido de que alguien lo vería y descubriría su talento y lo ficharía para convertirse en lo que siempre quiso ser y acabó siendo: dibujante”, recordó ayer Pérez Andújar. “A la semana se dio cuenta de que había cometido el error de no firmarlo, y, claro, ¡así cómo iban a llamarlo!”, apostilló su hija Montse, que le recuerda siempre dibujando. “Leíamos sus historietas antes de que se publicaran y cuando detectábamos que había usado algo nuestro, ¡le cobrábamos por derechos de autor!”, bromeó. Tanto su hermano Carles como ella aborrecían su icónica pipa, que estos días puede verse en la pequeña exposición que acoge Fnac Triangle, en Barcelona. “¡Era imposible no toser a su lado!”, recuerdan.

Su nieto, Sergi Escobar, ahora al frente de su legado, gafas de cristales tan gruesos como las de su abuelo, dice que esto es solo el principio. Este año van a recuperarse tres de las 16 “aventuras largas” que Escobar ideó para Zipi y Zape. Llegó a escribir 10.000 páginas solo de los gemelos, como recordaba Ibáñez durante la presentación del par de primeros volúmenes, La vuelta al mundo y El tonel del tiempo, “¡podría empapelarse la muralla china con nuestros originales!”, afirmaba. “Y al menos se recuperarán tres cada año, pero la intención es encontrar a un dibujante de trazo similar que pueda continuar con las aventuras”, apuntó su nieto. Se admiten apuestas.

Respecto a los originales, todo lo que Escobar firmó antes de 1987 —y pensemos que la primera historieta de Zipi y Zape data de 1948—, sigue “en paradero desconocido”, porque primero la desaparecida vieja Bruguera y luego Grupo Zeta se negaron a devolvérselos a sus legítimos dueños. “Era terrorífico, los destruían sin más para que no los tuviéramos”, se lamentaba Ibáñez, que no hacía más que recordar que para él, Escobar, “era Dios” y que daría cualquier cosa por volver a verle. "Si pudiera verle aparecer, envuelto en el humo de su pipa, ahora mismo, sería la persona más feliz del mundo", apostilló el dibujante.

Escobar, dijo Ibáñez, “fue un hombre sencillo, un verdadero amigo”. Les separaban 28 años pero “parecía que hubiéramos estado toda la vida juntos”. Recordaba el creador de Mortadelo la de veces que se cruzaron en las oficinas de Bruguera, y cómo, uno y otro, se volvieron esclavos de sus personajes de éxito – él, de Mortadelo; Escobar, de los gemelos –, condenando a la desaparición al resto. “Éramos ninotaires – humoristas gráficos – y estábamos en una fábrica. La producción no paraba nunca. A veces ni siquiera te dejaban acabar tus historietas. Simplemente las dibujabas, y venía alguien a ponerles el color y a rotularlas. Con la obsesión de producir nos estaban matando, estaban matando nuestro trabajo”, sentenciaba el dibujante.

¿Y sintonizarán los niños de hoy con la pareja de hermanos? “Zipi y Zape son eternos”, respondía Montse Escobar, porque, añadía, “eran niños traviesos pero con un buen fondo”. “Sus valores son atemporales y sus historias, tan divertidas como entonces”, aseguraba el nieto, Sergi, que recuerda a su abuelo dibujando incluso en la casa de campo en la que la familia se reunía los domingos. “Era una fiera, era el mejor”, añadió Ibáñez. Y ha vuelto para quedarse, para dejar, en realidad, que sean sus personajes los que se queden.

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