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Algo se mueve en el cómic. No hablamos de números (o no solo), sino de valoración social. En la agenda de Madrid se observa un signo de ese fenómeno: dos instituciones culturales, el Círculo de Bellas Artes y la Fundación Telefónica, han abierto sus puertas a dos autores de historietas para mostrar su proceso creativo. Francisco Ibáñez y Paco Roca. Dos generaciones separadas por algo más que la mera cronología —sus creaciones se sitúan en las Antípodas: el humor gamberro y el retrato de inadaptados— que, sin embargo, están emparentadas por el éxito.

Hace décadas que Ibáñez se ganó un lugar en el Olimpo de los creadores de iconos originales (Mortadelo y Filemón, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio son 100% marca España, aunque tal vez la marca rehuya esos antihéroes de la chapuza, el mamporro y el disparate). Roca, por su parte, es el triunfador de esta nueva hornada de autores de novelas gráficas que bucean en lo social, lo autobiográfico o lo histórico para construir libros sobre seres corrientes que han captado a nuevos públicos que hasta entonces habían ignorado el cómic por considerarlo limitado al manga, al superhéroe o a la viñeta infantil.

Uno arrasa con la agencia de información más alocada del mundo y con un cutre edificio de vecinos en la rue del Percebe, otro con su retrato del alzhéimer o la odisea de republicanos que contribuyen a liberar Francia, el país que les repudia. Por encima de sus diferencias estilísticas, hay un puente, el que une a la generación del tebeo, que arrasó en los quioscos durante el franquismo —Ibáñez es uno de sus exponentes junto a otros como Escobar, Vázquez o Purita Campos—, con la generación de la novela gráfica (o cómic de autor, como prefiere denominarlo el crítico Álvaro Pons), donde se apelotonan poderosas firmas (Miguel Gallardo, Juan Berrio, Sonia Pulido, Felipe Hernández Cava o Gabi Beltrán, por citar solo algunos), con más o menos fortuna comercial. Un cordón umbilical que, pese al hundimiento del mercado editorial de tebeos tal y como se popularizó en la posguerra, no se ha roto. Como tantos miles, Paco Roca, que homenajeó a los más osados de aquella generación en El invierno del dibujante, creció leyendo mortadelos y otros productos de Bruguera. “Soy de esos raritos a los que no le gustaba el fútbol. Yo me sabía la alineación de los dibujantes”, recordaba el autor de Arrugas durante la inauguración de su exposición Paco Roca. Dibujante ambulante (hasta el 15 de febrero en la segunda planta de la Fundación Telefónica).

Puede que sea fruto de la casualidad que ambas muestras hayan coincidido (habría que sumar una tercera que permaneció hasta el pasado 16 de noviembre en el Museo ABC: Dibujar Las Meninas, dedicada al proceso creativo del ambicioso álbum de Santiago García y Javier Olivares), pero no solo. “El cómic empieza a traspasar sus fronteras”, sostiene Roca. “Nos falta el bombazo de un gran museo nacional que lo reconozca, pero llegará”, confiaba el comisario de su exposición, McDiego. “Existe un claro interés hacia el cómic como medio de comunicación”, observa Antoni Guiral, que ha comisariado junto a Elena Vergara Francisco Ibáñez. El mago del humor para el Círculo de Bellas Artes (se expone en la sala Goya hasta el próximo 18 de enero). “Es evidente que hay un interés por redescubrir tanto el pasado como el futuro”, añade.

Lo curioso de Francisco Ibáñez (Barcelona, 1936) es que encarna el pasado, el presente y, hasta dónde le den las fuerzas, el futuro: a día de hoy sigue dibujando tres álbumes de Mortadelo y Filemón (120 páginas) al año. Su público es igual de versátil: “Puedes encontrar gente desde 70 a cinco años porque acuden abuelos que llevan a sus nietos. Una serie que se publica de forma continuada desde 1958 deja una huella. Mortadelo y Filemón siempre han estado ahí”, defiende Guiral.

La primera ocupación de Ibáñez fue de botones en un banco, pese a que todo su entorno sabía de su talento artístico: su dibujo fundacional fue un ratón que trazó en la esquina de un periódico y que su padre conservó en su cartera durante años. Pero le fue bien. Dos años después de ingresar en el Banco Español de Crédito, publicó su primera historieta, Mucho ruido y pocas nueces (1952), en la revista Nicolás. En 1955 entra en plantilla en la editorial Marco y, tres años después, nace la primera historieta de los agentes de la T.I.A. ya en Bruguera.

Aquellos personajes tendrían tan largo recorrido que acabarían adaptados a la televisión y el cine (Javier Fesser acaba de estrenar la versión animada en 3D, Mortadelo y Filemón contra Jimmy El Cachondo, después de su anterior incursión en el tebeo en un filme con actores reales) y popularizados en merchandising, que va de las tradicionales tazas a singulares ajedreces. La serie, que se ha traducido a seis idiomas, vende en Alemania tanto como Astérix. Todo ello se cuenta en la muestra, donde se aprecia la evolución de los personajes: Mortadelo acaba perdiendo el paraguas y el bombín larguirucho con el que nace, mientras que Filemón dejará atrás la americana, la pipa y el sombrero.

Pero Ibáñez, aclara el comisario de la exposición, es más que Mortadelo y Filemón. “Es parte básica de la historieta de humor de nuestro país, uno de los autores que ha sentado las bases de un estilo muy concreto”. La fórmula Ibáñez aúna, según Guiral, “el grafismo ágil y expresionista que refuerza la elasticidad del personaje y la viveza de los rostros” con “el humor gamberro”.

Mientras que Ibáñez es el forjador de personajes que se perpetúan, adaptados a los nuevos tiempos, Paco Roca (Valencia, 1969) explora continuamente técnicas y argumentos. Nada tienen que ver el color de las narraciones del solitario Telmo (El faro) con la aventura fantástica de Las calles de arena, las peripecias cotidianas autobiográficas de Memorias de un hombre en pijama o el relato histórico de Los surcos del azar, que con casi 20.000 ejemplares vendidos desde su publicación en noviembre de 2013, lleva camino de repetir el éxito de Arrugas (más de 50.000 y llevada al cine). Aunque la opinión del dibujante es algo distinta después de ver sus trabajos en la exposición: “Te acabas dando cuenta de que eres un autor de un único tema: personajes que no encajan en un contexto. Siempre acabas hablando de lo mismo”. Roca bromea: “Te sorprende que la gente no se dé cuenta de que estás contando la misma historia”.

Paco Roca. Dibujante ambulante. Fundación Telefónica. Hasta el 15 de febrero.

Francisco Ibáñez. El mago del humor. Círculo de Bellas Artes. Hasta el 18 de enero.

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