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Su vida fue un completo y complejo catálogo de sombras apenas atenuado por las luces del éxito, por lo que su historia, ese retablo de miserias y desgracias acuchillado por su humeante y quebrada voz, sólo podía explicarse en blanco y negro. Nada de color. Sólo el más profundo de los negros y, por contraste, un blanco radiante y cegador saludando desde las viñetas en las que el historietista Carlos Sampayo y el escritor y guionista José Muñoz encerraron este mito hecho de humo, tragedia y, claro, blues.

Ambos autores, tándem creativo habitual bregado en retos tan diversos como las aventuras del detective privado Alack Sinner o una novela gráfica dedicada a la vida de Carlos Gardel, unieron esfuerzos hace más de dos décadas para convertir las penurias (y también las alegrías, que alguna hubo) de Lady Day en medio centenar de páginas de hondo impacto visual. Trazos enérgicos, atmósferas densas y personajes a la deriva.

«Mi voz ya no necesita a mi cuerpo», se puede leer nada más adentrarse en esta historia que Salamandra Graphic recupera ahora para sumarse a la celebración del centenario del nacimiento de Billie Holiday, onomástica que ya ha dejado a su paso recopilatorios, tributos a cargo de voces anudadas al sentimiento del blues como las de José James, Cassandra Wilson y Rebeca Fergusson y nuevos apuntes y acotaciones biográficos.

En este sentido, quizá esta novela gráfica no desvele nuevos detalles, pero sí que ayuda a fijar aún mejor el abrupto imaginario de una cantante que quiso dar «palabras en forma de música» y acabó convirtiendo en arte descarnado la colección de nudos en el estómago y la garganta con la que cargaba desde que llegó al mundo en 1915 como Eleanora Holiday.

Jazz en blanco y negro

«Encarnaba la imagen del jazz en blanco y negro: su aspecto de granujilla excéntrica y descarriada, que tanto odiamos al principio -la típica historia de racismo cotidiano a la americana- y que pronto acabaría siendo mitificado -el discurso palpitante de los aficionados-, ahora quieren volverlo blanco a base de sociología o de moral», escribe el periodista y crítico de «Le Monde» Francis Marmande. Sus palabras sirven para ilustrar el texto introductorio que acompaña a una reedición que, esquivando los rigores cronológicos, salta de los aspectos más escabrosos de su vida a su relación con el saxofonista Lester Young y de ese menú rico en drogas, alcohol y desamores a su agónica muerte en un hospital de Nueva York en 1959.

«Le hicieron de todo. La violaron tantas veces como es posible violar sin matar. La encerraron en todos los edificios construidos para recluir a locos y a delincuentes (…); Le suministraron los polvos del placer y de la muerte para, acto seguido, registrarle los bolsillos y condenarla por posesión. Le prohibieron el acceso a los clubes neoyorquinos por posesión de algo que ellos mismos le habían suministrado. Imagínense», añade Marmande.

Es un retrato parcial y en escorzo, sí, pero captura a Holiday en esos dos momentos que la marcaron a fuego: cuando estaba a punto de tomar las riendas de su vida y, cuando, años más tarde, ésta terminó por atropellarla. Sombras sin apenas luces para la voz quebrada de «Strange Fruit», la misma voz inmortal que se estremece ahora entre viñetas para seguir preguntándose porqué se siente así de mal.

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