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Pues sí, Tyler Durden ha vuelto. Cuando lo vimos por última vez, después de que «El club de la lucha» brincase del papel a la gran pantalla, tenía cara de Brad Pitt o de Edward Norton o de los dos a la vez y una pistola en la boca que, lo sabemos porque lo sabía Tyler, escupía una bala y, pum, otra gloriosa detonación en forma del «Where Is My Mind?» de los Pixies.

El cineasta David Fincher, maestro del claroscuro hollywoodiense, se encargó de convertir en imágenes la metralla verbal de Chuck Palahniuk y, el resto, como suele decirse, es historia: pese a los discretos números que cosechó la edición en cartoné de la novela -«cinco mil ejemplares como mucho», recuerda el editor Gerald Howard- y a que su estreno cinematográfico bordeó el fracaso comercial, «El club de la lucha» se convirtió en título de culto y en trampolín para la carrera de un escritor «de apellido imposible» que está a punto de repetir al jugada maestra con «Rant», inquietante novela que James Franco adaptará al cine.

Entre tanto, Chuck Palahniuk ha tenido tiempo para hacer del vicio virtud y dinamitar la siempre ambivalente moral estadounidense con títulos como «Asfixia», «Snuff», «Al desnudo»o las más reciente y explosiva «Eres hermosa», montaña rusa narrativa a la que le ha echado el freno para pasarse al cómic y firmar junto al dibujante Cameron Stewart, habitual de DC y Marvel, la segunda parte de «El club de la lucha» en formato novela gráfica. «Un nuevo medio, para mí, es una oportunidad de convertirme en estudiante de nuevo, y de ser la persona más tonta en una habitación llena de expertos. Esa persona, yo, es la que más tiene que ganar», explicaba Palahniuk en un entrevista reciente en la que aseguraba que «el medio y el concepto estuvieron unidos desde el principio».

Así, con aquella delirante trama escapando de las páginas de la novela para ajustarse al marco de las viñetas, la secuela apareció el año pasado en diez entregas publicadas por la editorial Dark Horse y llega ahora a España en un único volumen de la mano de Reservoir Books. Una nueva oportunidad para adentrarse en el perverso imaginario de Palahniuk y reecontrarse con unos personajes que, dos décadas después de la publicación de la novela, siguen zurrándose la badana, liándose a mamporros y planeando minucias como la extinción total de la humanidad.

En «El Club de la lucha 2» han pasados sólo diez años y Sebastian, ese narrador al que dio vida Edward Norton, vive anestesiado por la medicación y trabajando como empleado en una empresa de armamento militar. Finalmente se ha casado con Marla, la mujer que se colaba en esas reuniones de apoyo a enfermos terminales para amortiguar su dolor, y juntos tienen un crío de nueve años al que en las primeras páginas ya vemos intentando fabricar pólvora casera. Todo ha cambiado pero todo sigue igual, y solo es cuestión de tiempo que Tyler Durden, esa proyección anárquica y malvada de Sebastian llame a la puerta para pedir turno.

He aquí, pues, otro juego de espejos, de personalidades retorcidas y violencia a todo color que Palahniuk coloca frente a un mundo repleto de cinismo y nihilismo para acabar creando otro artefacto repleto de caos, delirios sangrientos y humor desfigurado y magullado. Un vistoso apéndice a la historia original que viaja a los orígenes de Tyler, ahonda en esa brecha abierta en el corazón del capitalismo y, ya puestos, analiza el impacto de un obra como «El club de la lucha» en la sociedad contemporánea.

De hecho, el propio autor no duda en convertirse en personaje y retratarse en pleno proceso de creación mientras, a las puertas de su casa, se acumulan seguidores de la película para recriminarle el final de esta segunda historia y lo que ocurre con Tyler. «En el libro el final era distinto», justifica un Palahniuk cabizbajo desde una de las viñetas. «¿Qué...? ¿Había un libro?», se pregunta una de las fieles de Tyler. Pues sí, había un libro. Y ahora también un cómic.

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