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Muy valorado en el mercado franco-belga, Jaime Martín (Barcelona, 1966) logró el premio a mejor obra de autor español del último Salón del Cómic con Jamás tendré 20 años (Norma), una historieta sobre sus abuelos, que esquivaron la muerte durante la Guerra Civil.

¿Novela gráfica, cómic, historieta o tebeo? ¿Por qué?

Soy de la generación que se refería al medio como "cómic" e "historieta" y ahí me quedé, aunque no me molesta ningún término. Aún así, cuando abordo un nuevo proyecto pienso en cine, en la película que me gustaría ver, no tanto en el cómic que me gustaría leer. Es curioso, porque nunca me ha atraído trabajar en el cine, intervienen demasiadas personas e intereses para llevar a cabo una historia.

¿Qué cómic le hizo querer dedicarse a esto?

El Príncipe Valiente, de Foster, me convirtió en lector voraz. Hom, de Carlos Giménez, inició mi afición al dibujo de historietas.

¿Cuál ha sido la última que le ha gustado?

Leo muy poco cómic, no dispongo de mucho tiempo y trato de dar espacio a muchas otras cosas. Hace dos meses leí La guerra de Alan, es de 2004. Fíjese qué retraso llevo. Me sorprendió lo rápido que me sumergí en la historia y lo enganchado que estuve hasta finalizar las 300 páginas. Eso es lo que me interesa de un cómic, ya no tanto un final sorprendente, sino el ser raptado por el autor, vivir esa historia como si estuviera pasándome a mí, olvidarme del mundo que me rodea durante la lectura.

¿Qué cómic no pudo terminar?

Fue hace años, eran tebeos de superhéroes, pero no consigo recordar cuáles. Es un género que no me gusta. Acabé dejándolo por imposible.

¿Qué cómic ajeno le habría gustado firmar?

Muchos. En ninguno de ellos aparecen héroes, más bien antihéroes. Ahora me viene a la cabeza Apuntes para una historia de guerra, de Gipi.

¿Se considera más historietista o ilustrador?

Historietista, sin lugar a dudas.

Los cómics de memoria familiar, como Jamás tendré 20 años, parecen estar de moda. ¿Por qué?

No sé si están de moda o no, en cualquier caso yo siempre he trabajado con material cercano. En Sangre de barrio o Los primos del parque, en los 80 y 90, recurrí a la memoria inmediata de mis amigos para recrear las historias de adolescentes marginales. Ahora lo he hecho con mi familia. No veo gran diferencia.

¿A qué atribuye su éxito en el mercado franco-belga?

Creo que si "éxito" es sinónimo de grandes ventas debe usted hablar con otro autor. Si "éxito" lo entendemos como buenas críticas, nominaciones en el Festival de Angoulême, público fiel y total libertad para trabajar, entonces sí me atrevo a responder. Cuando hablo con los lectores galos, lo que más valoran es el hecho de aprender cosas nuevas. Me da la impresión de que no sólo buscan entretenimiento, sino también conocimiento. Con Las guerras silenciosas o con Jamás tendré 20 años no dejaban de comentarme las cosas que habían descubierto en esas historias. También son muy exigentes con el dibujo, pero en un sentido más profundo, valorando que el autor sea capaz de transmitir emociones mediante línea y color.

Si no fuera historietista le habría gustado ser…

Programador de software. Ya ve qué cosa... aparentemente nada que ver. Sin embargo, no hay que olvidar la belleza de un código bien depurado. Además, me permitiría trabajar aislado del resto del mundo, como ahora.

¿Qué pieza musical escogería como autorretrato?

Ain't Got No, I Got Life, de Nina Simone, para cuando estoy en la cuerda floja. Luego ya depende del día.

¿Cuál es el suceso histórico que más admira?

Todos aquellos que han supuesto un avance en pro de la justicia en el mundo. En mi opinión, la injusticia es la peor lacra que padece el ser humano y no va camino de mejorar.

¿Trasnochar o madrugar?

Trasnochar, aunque no tanto como me gustaría.

¿Qué está socialmente sobrevalorado?

El dinero, el fútbol, la alta cocina y sus chefs, los cochazos, los personajes mediáticos... Fama y dinero, el culmen del garrulismo.

¿Qué encargo no aceptaría jamás?

Supongo que uno que fuese en contra de mis principios, hasta tal punto en que ni el dinero que fuese a percibir evitase la profunda vergüenza por el trabajo realizado.

¿Qué autor de cómics se merecería un premio Nobel?

El premio Nobel murió cuando se lo dieron a Kissinger y lo remataron cuando se lo otorgaron a Obama, a modo de bienvenida a la Casa Blanca.

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