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El tebeo. A esa palabra antigua que primero sustituimos por cómic y, más tarde, por la solemnidad de la novela gráfica (más allá de la altura, todas denominan la misma realidad: narrar historias con viñetas), dedica el Museo ABC su nueva exposición: «Historieta del tebeo (1917-1977)», que cuenta con el impulso de la Obra Social la Caixa. A esas ilustraciones, a esos personajes, a esos trazos, a esas aventuras, a ese humor, a esa épica, a esos romances… En fin, a todo lo que cabía en ese lenguaje que asaltó España a principios del siglo XX y que constituye una de las «máximas esencias de la cultura popular», tal y como apunta el comisario de la muestra, Antoni Guiral.

La retrospectiva está enmarcada por el nacimiento de dos publicaciones fundamentales: el de «TBO» en 1917, que dio origen al término «tebeo», y el de «Tótem» en 1977, que supuso el salto definitivo al cómic para adultos. Entre medias, todo un mundo, una de las épocas más boyantes para el género. «¿Cual es la edad de oro del tebeo español? Depende. Si me hablas de autores con libertad para hacer cualquier tipo de cómic, para adultos o no, y que además pueden publicar de forma bastante regular, nuestra época está bien y tenemos un buen nivel. Si me hablas de una industria potente, que de trabajo a mucha gente, este no es un buen momento, ese ya pasó», explica Guiral. Tendríamos que remontarnos a los años 40 y 50, donde había títulos capaces de vender más de 300.000 ejemplares a la semana, y eso contando con el préstamo y el trueque, un clásico en la España de entonces. «Podemos afirmar que por entonces los tebeos, en general, eran leídos por millones de españoles, y no solo menores de edad», continúa el comisario.

De hecho, ya a finales de la década de los 50, se crearon las agencias, que ayudaron a prosperar a los integrantes del sector. Eran empresas creadas por autores que viajaban por todo el mundo buscando trabajo a los dibujantes que representaban. Fue así cómo ilustradores nacionales (Pepe González, Jesús Blasco, Longarón y tantos otros) terminaron trabajando en Estados Unidos, Suecia, Italia, Gran Bretaña o Alemania.

Al principio fue el humor

Además del eje cronológico, esta historieta se estructura a través de los géneros, los personajes y los autores del tebeo. Comienza, como no podía ser de otra forma, con el humor, que fue la vía de entrada de esta forma de expresión en España, muy influenciada en su primera etapa por las publicaciones inglesas e italianas. La sátira ácida del siglo XIX pronto dio paso al humor (blanco) en los periódicos infantiles, que terminaron siendo revistas. En ese tránsito, el peso de la palabra escrita era muy grande todavía, aunque con el paso del tiempo se fue cultivando una narrativa más gráfica. Tras la Guerra Civil, los planteamientos estéticos y narrativos maduraron, derivando en productos rompedores y críticos como «Pulgarcito» y otros más convencionales como los que alumbraba «TBO». Fue el lugar donde se desarrollaron esos personajes que ya forman parte del imaginario colectivo como Zipi y Zape o Mortadelo y Filemón.

Junto con la risa, las aventuras fueron la otra gran obsesión del público español. Llegaron más tarde, ya entrados los años 30, espoleadas por la gran popularidad de las tiras norteamericanas. Hubo western, pero también se desarrollaron en el género histórico, policiaco, bélico y fantástico, todos ellos tratados desde un estilo realista. Se publicaron en revistas («El Coyote») o en cuadernillos de formato apaisado («El guerrero del antifaz», «Hazañas bélicas», «El capitán Trueno»). Estos últimos fueron su verdadero hábitat, un formato más económico que la revista, aunque impreso en papel de peor calidad. La mayoría de estos personajes eran herederos de los filmes «made in Hollywood»: «héroes o heroínas de una pieza, inmersos en situaciones a veces rocambolescas, pero tratadas con una naturalidad inusitada y no exentos, en sus primeros años, de elementos violentos», anota Guiral en el catálogo de la muestra. Siempre sorteando la censura, terminaron por languidecer con la legislación de 1967, que propició su desaparición en la década siguiente.

Potencia narrativa

Dentro de la dictadura, y antes, se editaron publicaciones que se podrían tildar de «oficiales», promovidas directamente por entidades políticas o religiosas que buscaban adoctrinar en la ideología dominante o entretener de la forma más correcta posible, sin salirse de las directrices políticas del franquismo ni de los parámetros de la confesionalidad católica. En este sentido, destacó «Flecha», editada por la Junta Nacional de Prensa y Propaganda de la FET y de las JONS, que después de 1938 se convirtió en «Flechas y Pelayos». No es de extrañar esta utilización del medio, este aprovechamiento de su potencia narrativa: en EE.UU., el Capitán América nació como un elemento de propaganda bélica.

Así con todo, los tebeos sobrepasaron los condicionantes oficiales, reflejando las costumbres sociales de su tiempo, dejando atrás el ensalzamiento del glorioso pasado para abordar motivos más mundanos o seculares. Además, el ingenio de los creadores encontró resquicios de libertad para hablar de la lacra del hambre, para incluir el derrocamiento de algún tirano en historietas de aventuras o para transformar el estereotipo dominante de la mujer (como en «El capitán Trueno», donde Sigrid empuña sus propias armas, alejándose del carácter débil y frágil que se le suponía a los personajes femeninos).

Más allá de Sigrid, la representación femenina estaba encorsetada en los tebeos románticos, que heredaron los formatos del género de aventuras, y que como este desapareció en los 70. Se trataba de historias fantásticas (de hadas o leyendas) y de amor, donde el concepto de la mujer se asociaba al servilismo y su destino al de ser una buena esposa. Sin embargo, este contexto también propició la presencia regular de mujeres guionistas y dibujantes, que lograron dignificar el género a través de la estética.

Ya en democracia el tebeo, entendido como una publicación arraigada en el concepto popular de entretenimiento para todos los públicos, desaparece, dejando lugar al cómic para adultos. En este sentido, resulta especialmente simbólica la aparición de la revista «Tótem», que comienza a publicar las grandes series de la historieta europea de los años 60 y 70, donde hicieron su estelar aparición «Corto Maltés», «Valentina» o «Alack Sinner». Se cerraba así el camino del tebeo, un término que sería devorado por el cómic: otra palabra para otro tiempo.

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