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Antes de nada, fíjense bien en el hombre de la foto ¿No les suena? Pues si son aficionados a las aventuras de Tintín admitirán su parecido con uno de los personajes, el profesor Tornasol. Pero no es sólo cuestión de similitud física; si miramos su nombre, Auguste Piccard, vemos que se apellida igual que el capitán del USS Enterprise-D, de la serie Star Trek. La nueva generación. No son coincidencias sino homenajes a un inventor suizo que alcanzó los límites de nuestro planeta, tanto exteriores como interiores.

Hergé contó en una entrevista que una vez tuvo ocasión de ver en persona a Piccard y, aparte de impresionarle su gran altura, le sirvió de inspiración para Silvestre Tornasol (Tryphon Tournesol, en la versión original). Aparece en muchos álbumes: Las siete bolas de cristal, El templo del sol, El Asunto Tornasol, Objetivo: la Luna, Aterrizaje en la Luna, El tesoro de Rackham el Rojo, Tintín en el país del oro negro, Las joyas de la Castafiore y Tintín y los Pícaros.

En cuanto a Star Trek. La nueva generación, el creador de la serie, Gene Roddenberry, quiso rendirle un homenaje al científico llamando Jean-Luc Piccard al protagonista que interpretaba el actor británico Patrick Stewart. Roddenberry falleció en 1991, durante el rodaje de la quinta temporada, así que no tuvo tiempo de ver al capitán Piccard en las películas rodadas posteriormente: Star Trek VII: La próxima generación, Star Trek: primer contacto, Star Trek: insurrección y Star Trek: némesis.

Vamos con el emérito. Se llamaba Auguste Antoine Piccard y nació en 1884 en Basilea (Suiza). Para ser exactos habría que decir “nacieron”, ya que llegó a este mundo acompañado de un hermano gemelo, Jean-Felix, que también sería un ilustre científico y además en el mismo campo, pues sus estudios de química e ingeniería le sirvieron para diseñar globos aerostáticos con los que también se hizo un hueco en la Historia; de hecho, ambos hermanos sirvieron en el ejército suizo en el cuerpo aerostático.

El caso es que los gemelos mostraron desde niños un especial interés por los estudios y la ciencia, de manera que se matricularon en el ETH (Escuela Politécnica Federal) de Zúrich, una universidad pública de renombre donde también estaría Einstein y de la que salieron nada menos que veintiún premios Nobel, lo que da una idea de la calidad de su enseñanza. Auguste era un genio. Publicó su primer trabajo científico en 1904 (es decir, con sólo veinte años de edad), titulado Nouveaux essais sur la sensibilité géotropique des extrémités des racines (Nuevos ensayos sobre la sensibilidad geotrópica de las extremidades de las raíces), y en 1910 (con veintiséis) obtuvo el doctorado.

Cuando se licenció, pasó a ser profesor de Física en la Universidad Libre de Bruselas, otro centro que acredita cinco premios Nobel. Era el año 1922, el mismo en que nació su hijo Jacques, que también tiene su currículum, como veremos. El nacimiento de Jacques no fue su única alegría ese curso porque, asimismo, se convirtió en miembro del Congreso Solvay, un ciclo de conferencias científicas que reunía a los mayores expertos mundiales de cada especialidad desde su fundación en 1911. Los congresos no eran anuales pero Auguste tomó parte en cinco, los de 1922, 1924, 1927, 1930 y 1933, algo indicativo del prestigio académico que había alcanzado.

Ahora bien, lo verdaderamente destacado de su historia empieza en 1930, al interesarse por volar en globo hasta más allá de la atmósfera. No era una idea nueva porque ya le había dado vueltas desde que inició su vida profesional. Para ello diseñó una góndola de aluminio presurizada para un globo de helio que construyó con financiación del FNRS (Fonds de la Recherche Scientifique), institución gubernamental belga de apoyo a la investigación científica.

Auguste y su asistente, Paul Kipfer, despegaron de Augsburgo (Alemania) el 27 de mayo de 1931 y alcanzaron un récord de altitud de 15.971 metros, reuniendo datos sobre la estratosfera y midiendo la magnitud de la radiación cósmica (partículas subatómicas del espacio exterior muy potentes debido a que viajan casi a la velocidad de la luz), prosiguiendo así el trabajo de un predecesor: el austríaco Victor Hess, que también estudió los rayos cósmicos desde un globo en 1912 (y ganó el Nobel de Física en 1936).

Un año más tarde, Piccard hizo un segundo vuelo desde Dübendorf (Suiza), esta vez acompañado de Max Cosyns (físico y espeleólogo belga) y batiendo otra vez el récord de altitud con 16.201 metros. La medición de la radiación cósmica era importante porque servía para explicar y completar las teorías de un joven sabio llamado Albert Einstein, a quien Piccard conoció en las Conferencias Solvay. Por eso abundaron las ascensiones aerostáticas en esa época; Piccard llevó a cabo un total de 27 (logrando una cota máxima de 23.000 metros), pero no fue el único.

Para empezar, su propio ayudante, Cosyns, protagonizó un vuelo en agosto de 1934 que no llegó a tanta altura pero recopiló importantes datos sobre aquel tema y hoy se le recuerda con un monumento en Ženavlje (actual Eslovenia), donde aterrizó. Pero es que Jean-Felix Piccard, el hermano de Auguste, también se sumó a aquella fiebre aerostática y fue copiloto de un globo a cuyo mando estaba su esposa, la primera mujer con licencia de piloto de globos que, de facto, se convirtió también en la primera en alcanzar la estratosfera. No obstante, Jean-Felix se centró más en el trabajo de diseñar cápsulas; muchos de sus conceptos serían adoptados por la NASA.

Volvamos al otro gemelo. En la segunda mitad de la década de los treinta su interés dio un curioso giro, pasando del borde exterior del planeta a las profundidades marinas. En realidad eran temas relacionados porque las góndolas presurizadas de los globos servían de modelo para las batisferas, las campanas sumergibles para la exploración abisal que habían empezado a desarrollar los naturalistas estadounidenses William Beebe y Otis Barton, quienes hicieron la primera inmersión en 1930 alcanzando 183 metros y batieron esa marca en 1934 con 923.

Beebe perdió el interés por el asunto una vez que consiguió ese segundo récord y se dedicó a la entomología tropical. Piccard le cogió el relevo diseñando en 1937 el primer batiscafo, un sistema más evolucionado porque ya no era una simple esfera colgando de cables sino una góndola esférica de acero que gozaba de cierta autonomía merced a un piloto automático. No obstante, el estallido de la Segunda Guerra Mundial obligó a posponer el proyecto hasta 1945. Entonces lo retomó, adosando a la góndola un gran tanque lleno de gasolina, líquido de baja densidad que facilitaba la flotación, ya que ésta no se ve afectada por la presión.

El aparato fue bautizado con el nombre FNRS-2 y se probó en aguas de Cabo Verde en 1948. Se hicieron varias inmersiones alcanzando hasta 1.080 metros de profundidad, entregándose la nave a la Armada Francesa en 1950 para someterla a varias mejoras que permitieran introducir un tripulante. Sin embargo, quien dirigiría aquellos trabajos sería otro Piccard, su hijo Jacques, que en septiembre de 1953, con un nuevo batiscafo al que llamaron Trieste (porque se construyó en Italia), consiguió descender a 3.150 metros y al año siguiente batió su marca alcanzando 4.176, que en 1959 pasaron a ser 5.486.

Auguste, retirado ya, asistió al éxito de su vástago, que en 1960 pulverizó el récord al doblar la profundidad, con 10.916 metros, en el Abismo Challenger de la Fosa de las Marianas. Tenía motivo para estar orgulloso no sólo de él sino también de su nieto Bertrand, el hijo de Jacques, que hizo la primera circunvalación de la Tierra sin escalas en globo y batió el récord de permanencia en vuelo con 19 días, 21 horas y 47 minutos. Asimismo, su hermano Jean-Felix y su cuñada Jeannette habían alumbrado a Don, piloto de globos de la US Navy (se nacionalizó estadounidense).

Plena satisfacción, pues. A los 78 años, el 24 de marzo de 1962, expiró pero quedó inmortalizado con letras de oro en el libro de historia de la Ciencia.. y en el cómic, y en el cine.

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