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Magia es la única palabra para definir ‘The Black Holes’ (Reservoir Books), la nueva obra de Borja González (Badajoz, 1982). No por su temática, que nada entre la ciencia ficción, la fantasía decimonónica o el gótico urbano, sino por las sensaciones que despierta y que tardan en apagarse. González, marcado por ‘Un fragmento de vida’ de Arthur Machen, utiliza el tiempo como "una autopista de doble sentido" para mostrar los anhelos de juventud, de la de hoy y de hace cien años. Es bello de una forma salvaje y triste de una manera enormemente soñadora. Todo se muestra mágico y a la vez terrenal a través de dos historias que se entrelazan en tiempo y espacio: tres chicas del 2016 quieren formar un grupo de punk, pero la reminiscencia de algo que ocurrió un siglo atrás acompaña a una de ellas.

Mientras Gloria, Laura y Cristina miran hacia el pasado con su banda de punk y unos instrumentos que apenas saben usar, Teresa, en su casa de 1856, piensa en el futuro, en arrancarse las raíces y escapar. Ahí, en la oscuridad estrellada, se funden ambos caminos, casi sin que sepamos cómo ni por qué, en forma de un esqueleto vivo que llora entre flores y una noche cerrada.

Para González, ‘The Black Holes’ no sucede en nuestra realidad: es un sueño adolescente en pleno verano. “La idea parte de la visión que tenemos del tiempo”, explica a El Confidencial. “Cómo interpretamos el pasado, cómo imaginamos el futuro y, sobre todo, cuánto podemos conocer del presente. Ocurren demasiadas cosas ahora mismo. Demasiadas realidades solapándose mientras hablamos.” Y con esto en mente, la idealización de que cualquier tiempo pasado fue mejor es demasiado tentadora. No solo dentro de su novela por parte de sus protagonistas amantes del punk, opina, también lo extrapola a la ciencia ficción actual, en la que ya nadie quiere imaginar “un futuro lleno de mutantes o alienígenas locos”. “Creo que eso tiene que ver con que hoy sabemos que el futuro será peor, más gris y más triste, y ya no tiene gracia pensar en él como pudiera tenerla en los 80”.
Ciencia ficción emocional

La nostalgia es algo inherente al paso del tiempo y cada generación se hunde en ella más rápidamente que la anterior. El desarrollo de la tecnología, la imparable internet y la rapidez con la que vivimos nos hacen añorar a un nivel superior: la Generación X echa de menos los 90. Los millennials echamos de menos el 2000. Algo así se respira en las páginas de ‘The Black Holes’, nostalgia por lo que han vivido, por lo que no han vivido o incluso por lo que no saben si han vivido, pero que se siente en cada latido cuando se apagan las luces.

Ninguna de las chicas cree vivir en el tiempo adecuado: Teresa está adelantada al suyo y Laura y sus amigas nadan en un revival constante de los 70. Ahí, analiza González, hay un punto de ciencia ficción pero “más emocional que otra cosa”. “Es un pensamiento más o menos normal, ¿no?”, reflexiona acerca de este anhelo por otras épocas. “Yo diría que lo difícil de asimilar hoy es la información y que casi toda sea una mierda tampoco ayuda. Pasan demasiadas cosas al mismo tiempo y eso altera tu percepción de la realidad”.

La nostalgia ha infectado a muchas generaciones, pero González no quiere llamarlo enfermedad. “Es un medio para escapar cuando las cosas pintan mal”. En ‘The Black Holes’, la nostalgia de las chicas del punk es casi irreal, basada en discos y películas. Eso es lo que le atraía: “la nostalgia que está cerca de ser ficción”.

Sensaciones sin rostro

Quizá lo que más llama la atención de ‘The Black Holes’ es su poder para transmitir unas profundas sensaciones que se graban a fuego mientras su argumento parece desvanecerse, añadiéndole aún más belleza. Una atmósfera preciosa que sobreviene a la narrativa. ¿Por qué esta eclosión de lo sensorial? “Tiene que ver con las obras que me gustan a mí, ya sea en cine, literatura o cómic. Realmente olvido rápido todo lo que tiene que ver con la trama o los giros de guion, pero hay imágenes y sensaciones que perduran mucho más en mi cabeza”, explica el autor. Después, arma la historia para que sus personajes se deslicen por ella con tranquilidad. Ellos, cambiantes; la naturaleza, permanente. “Hay saltos temporales pero el bosque y el lago siguen ahí, ajenos a todo lo que ocurre”.

“Yo he trabajado también la ilustración, donde no puedes sostenerte con diálogos o la propia trama. Siempre intento aplicar eso a las viñetas”, cuenta. De ahí que los silencios tengan tanto peso como sus diálogos. Unos diálogos que pronuncian personajes con un rostro pálido, sin rasgos, sin ojos, sin expresión y que aún así transmiten más que si hablaran con el corazón. Un recurso que llega de la gran influencia de los videojuegos en la obra de González. “Me gusta definir a los personajes mediante otros recursos, como la composición, el escenario o los diálogos”, comenta.

Su final abierto es, seguramente, el mejor final posible. Lo he pensado dos veces antes de escribir esta frase en una época en la que el miedo al spoiler casi equivale al miedo a la muerte, pero es imposible destripar 'The Black Holes': el alma del cómic reside, como la vida, en su ambiente, en las sensaciones que transmite con cada viñeta, con la naturaleza enroscada en cada personaje y las estrellas mirando agazapas, oteando el espacio y el tiempo.

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