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Llegará el momento de hablar largo y tendido de Providence, cuando los dos últimos números de esta nueva obra total del tebeo salgan a la calle y tengamos tiempo de digerirlos. Llegará el momento, y tal vez la manera adecuada de abordar tal análisis sea un hechizo escrito en sangre, arena teñida, fuego. Pero ese día, tal vez el último en el que vigilia y sueño ocupen planos distintos, aún está lejano.

Alan Moore ha dicho adiós al cómic. Eso es como si Mozart, Shakespeare u Orson Welles hubieran renegado de su arte, aquel al que han dedicado lo mejor de sus vidas, antes de morir. Alan Moore lo necesita. Y entiendo por qué. Su trabajo abarca muchas vidas creadoras. La revolución que él ha llevado sobre el cómic, sobre cómo entender su estructura, su estética y su narrativa, sobre lo que lo hace genuino frente al cine o la literatura, abarca casi ya medio siglo. Década a década, un solo hombre ha cumplido la misma función que generaciones: mover el péndulo del arte a su siguiente revolución para mantener vivo el corazón que lo alimenta.

Pero hasta un genio insaciable como Moore siente el peso de los años y de disparar su creatividad en viñetas a todas las reinvenciones posibles. Teme repetirse. Dice que le quedan unos cientos de páginas en él y luego decir basta. El cómic llora, pero no se rebela contra esta verdad. Probablemente, porque a todo el mundo le llega la hora.

Ahora bien, Alan Moore no podía despedirse de cualquier manera. Aunque todavía nos quedará un último tomo al menos de la Liga de los hombres extraordinarios, ese collage de historia, superhéroes, humor y horror cósmico, su verdadero adiós llega antes, con uno de los asuntos que más lo han obsesionado durante toda su carrera: Lovecraft y sus Antiguos. Providence es el último gran esfuerzo de Moore de una enorme obra en tebeo que aborde un propósito coral: la homosexualidad en Estados Unidos, las dos Guerras Mundiales, el horror cósmico imaginado por el de Providence y su círculo, el puente que une realidad y sueño, la magia, el apocalipsis, el nuevo mundo que vendrá, el viejo que se despide. Y las emociones humanas que ante semejante fresco se retuercen mostrando su lado de víbora y de ángel.

Providence es como Watchmen, V de vendetta, Promethea o Desde el infierno. Una de sus obras mayores. Una catedral impía en la que perderse. Pero Providence solo será Providence cuando los dos últimos de sus 12 números salgan a la luz. Por el momento, sirvan estas cinco claves para comprender imperfectamente cómo es el último gran tebeo de Alan Moore.

1. Pasado, Presente, ¿Futuro?

Providence salta constantemente entre lo que fue y lo que es. Con el recurso más viejo imaginable, y tremendamente efectivo, el filtro sepia, Moore enhebra complejas estructuras temporales que le permiten con solo cambiar el color de una viñeta el situar en la misma página momentos separados por instantes o por décadas. La concepción temporal de H.P. Lovecraft, su obsesión por las geometrías no euclidianas, encuentra gracias a Moore un recurso formal propio del cómic.

2. H.P.

Por todas partes. Cuando hablan de un meteorito que cayó en un campo, El color surgido del espacio. Cuando su protagonista, Robert Black, se cruza con inquietantes lugareños de aspecto batracio, La sombra sobre Innsmouth. Cuando visita el rancho de una familia muy peculiar, El horror de Dunwinch. Moore no solo está escribiendo una obra sobre los mitos de Lovecraft. Está cruzando todos estos mitos en su propia obra, un esfuerzo titánico de coherencia argumental que se siente como la gran novela que Lovecraft jamás pudo escribir.

3. Amor de hombres

Robert Black es homosexual. Y lo descubrimos de una manera brutal, salvaje, en el desenlace de su primer número. Cómo este protagonista, un periodista que intenta recopilar el material para su primera novela, asume su sexualidad desempeña un papel central en Providence porque Lovecraft también tuvo las mismas dudas sobre la sexualidad. Aunque se casó con Sonia Greene y vivió con ella por un tiempo en Nueva York, para Lovecraft lo genital fue un misterio nauseabundo que probablemente inspiró sus pesadillas informes y húmedas, sus monstruos tentaculares con bocas como esfínteres dentados. La culpa e inquietud que generan en Black su sexualidad es un reflejo del autor al que Moore quiere retratar indirectamente.

4. El punto de vista

Providence se abre con un hombre que rasga una carta en dos y arroja las hojas sobre el lago de un parque. Todo se ve desde el punto de vista de la persona que lee la carta y acaba rasgando el papel. En su número cinco, otra vez la primera página es una carretera vista desde primera persona. El ver las cosas desde un punto de vista oculto es un tema visual clave en Providence. Aún no queda claro por qué. Tal vez porque Lovecraft está en elipsis.

5. La elipsis

Lovecraft era el autor de lo innombrable. Moore es el autor obsesionado con plasmar ese innombrable. Aquí, en Providence, juega a las dos barajas. En el número 4, el dedicado a los Wheatley de El horror de Dunwinch, Moore se escuda en la elipsis para no mostrar el horror. Lo hace indirectamente, a través de los dibujos de una mujer con mente de niña. Pero de tanto en tanto, como ocurre en el número 2, lo fantástico se hace carne y se convierte, por ejemplo, en una mujer cadavérica cuya piel brilla con luz propia.

6. Lo transmedia

Antes de que esta palabra estuviera de moda, Alan Moore ya la llevaba a la práctica. Si en la colosal Watchmen nos encontrábamos con fragmentos escritos como una novela y en el Dossier negro de la Liga de los hombres extraordinarios el cambio de formato entre lo epistolar, lo tebeístico y lo literario era constante, Providence apuesta decididamente por una narrativa muy del XIX: el diario. Al final de cada capítulo, Robert Black escribe sus impresiones personales sobre el número que hemos vivido en formato de viñetas. El relato adquiere así una dimensión subjetiva que se acentúa porque este diario está escrito a mano, obligando al lector a habituarse a la caligrafía elegante pero alambicada de Black y a veces obligando a revisar lo ya leído a la luz de lo que piensa el personaje sobre ello.

7. La austeridad

Parece casi un chiste decir que el autor de Promethea quiere ser parco. Pero lo ha sido muchas, muchas veces en su cuasi infinita carrera. En Providence no quiere que la forma y unión de sus vidrieras de papel ocupen un papel central en la narración. Quiere contarnos la historia de la forma más efectiva posible. Quiere ser más John Ford que Orson Welles. Y que eso lo haga para contarnos su relato más esotérico e inquietante no deja de resultar irónico. Sin embargo, como siempre en él, parece que esta senda es la única posible para que Providence vuele. Porque todo lo que se intuye en esta obra, como ocurría siempre en Lovecraft, sobrepasa todo lo que vemos. Todo lo que late en el fuera de campo de las viñetas es posible por esta austeridad en las formas y el tono. Aunque se adivina una explosión final a las que Moore es adicto. El atisbo de una verdad inabarcable que obligará al mundo a morir y nacer de nuevo.

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