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Alfonso Font (Barcelona, 1946), lleva más de 50 años siendo uno de los grandes del cómic nacional. Desde una vocación muy temprana, estudió Bellas Artes, dibujo y pintura compaginándolo con sus primeros trabajos editoriales. La editorial Bruguera fue la primera que tuvo la suerte de albergar como aprendiz en 1962 a este gran dibujante. En Bruguera apenas publicó otra cosa que pequeñas ilustraciones en blanco y negro para novelas de bolsillo, especialidad de la editorial, siendo estos los primeros pasos de una exitosa y dilatada carrera en  la ilustración española.

Tras sufrir en primera persona la censura en la España franquista, decidió irse a vivir y trabajar en París, donde colaboró con importantes editoriales. Tras la muerte del dictador regresó a España, y ya como autor completo creó muchos de sus mejores trabajos como: Clarke y Kubrick, El prisionero de las estrellas, Taxi, John Rohner, marino ó sus originales y geniales Historias Negras.

Planeta Cómic acaba de reeditar una de sus obras, el álbum La flor del nuevo mundo, una historia que realizó junto al guionista Enrique Sánchez Abulí, que se realizó en el marco de los actos conmemorativos del Quinto Centenario del Descubrimiento de América (hace ya unos añitos).

Eso no quita que volvamos a disfrutar y redescubrir una historia gráfica breve, que utiliza el marco histórico de la colonización de las américas, a la que los autores nos trasladan, concretamente en el año 1541, a través del personaje de Isabel de Maluenda y su marido Juan que viajan al Nuevo Mundo siguiendo la expedición de Pedro de Valdivia a Nueva Extremadura. Valdivia viajó a América, formando parte de las huestes de Francisco Pizarro, gobernador del Perú. Con el título de teniente gobernador otorgado por Pizarro, Valdivia lideró la Conquista de Chile a partir de 1540. En dicho rol, fue el fundador de las ciudades más antiguas del país, incluyendo la capital Santiago en 1541, La Serena (1544), Concepción (1550), Valdivia (1552) y La Imperial (1552). Además, dispuso la fundación de las ciudades de Villarrica y Los Confines (Angol).

Volviendo a la trama del cómic, después de que atacase a la expedición -en la que estaba Isabel- una tribu Mapuche, secuestrada a la dama por la que el jefe Huagale la corteja y quiere convertirla en su nueva esposa. Después de un intento fallido de huida en la peligrosa jungla, a Isabel la salva un soldado español y la lleva a la “próspera” Villarica. Sin embargo, su nueva vida se ve amenazada por el regreso de Huagale.

Un cómic que sirvió y sirve de base histórica breve, de parte de una época de la conquista de Sudamérica, en la que podemos conocer bajo el punto de vista de Font la tierra de Nueva Extremadura o bien Nuevo Extremo (Primigenio nombre de Chile) el nombre español dado a aquella región más allá del lago Titicaca y de la gobernación de Nueva Toledo.

Un cómic en el que la brevedad y la sencillez de la trama no resta entidad a la obra. Aunque se echa un poco de menos que la historia se desarrolle por más páginas, perfila a los personajes y avanza en el desarrollo con el menor ruido y con los dibujos y palabras precisas, economizando de forma inteligente la compleja tarea de implicar al lector en el relato. Sin distracciones, vacíos ni pasos en falso.

Se trata, pues, de una historia pequeña, concisa y lineal, sin grandes hechos desconocidos, ya que trata por igual la incursión española devastadora en las tribus así como éstas se defendieron del considerado hostil, dejando a su suerte a muchas expediciones españolas que años más tarde levantaron poblados que se convertirían en ciudades.

En La flor del nuevo mundo salta a la vista el dominio que tiene Font de la anatomía sugerente, los paisajes, la perspectiva, la puesta en escena, la narrativa, el volumen, la iluminación, las texturas. Sus escenografías en página siempre son muy originales y nunca distraen la atención vertebrando así un compromiso con la ambientación que es incuestionable, y además lo combina con una composición que nunca parece repetirse junto con una riqueza monumental de los colores que someten a los dibujos un hilo directo del pensamiento al gesto en tinta sobre el papel blanco.

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