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Resulta difícil imaginarse al estirado Superman interpretado por Henry Cavill saliendo de casa, a medio peinar y medio dormido, para tomarse un café con leche y un cruasán en el bar o, lo más habitual, pedirlo en la ventanilla de las taquillas del metro si el sueño aprieta. Pero para el dibujante Jan, un superhéroe a la española debe compartir esa castiza imagen de las mañanas de tantos conciudadanos de la piel de toro. Así que, rozando ya los 80 álbumes, Superlópez se levanta de nuevo: Nuevas aventuras de Mambrú trata de un atentado yihadista, un asunto, el reclutamiento de jóvenes para esta causa, que ya abordó en Mambrú se fue a la guerra.

Como para la mayoría de los españolitos de a pie, las cosas nunca fueron fáciles para Superlópez, que nacía en 1973 como un encargo para la colección Humor del siglo XX, una serie en la que diferentes dibujantes crearían parodias de grandes iconos cinematográficos como Franciscostein, Tarzanilo o King Tongo. Chistes de apenas cuatro o cinco viñetas donde un señor con mostachito, más próximo a José Luis López Vázquez que a Christopher Reeve, soñaba con vivir las hazañas del poderoso kryptoniano y donde el leonés Juan López Fernández (Toral de los Vados, 1939) apenas podía mostrar la calidad de su trazo y su inventiva. Se había formado como dibujante en la Cuba paterna, adonde llegó en 1959 tras el éxito de la revolución castrista para incorporarse a varias revistas infantiles, pero sobre todo en la renovada animación cubana.

Tras volver a España y pasar por varias editoriales, la creación de Superlópez quedaba entonces como una anécdota, retomada en 1974 para intentar fichar por la todopoderosa Bruguera, que le compró el personaje, pero le obligó a aceptar guiones ajenos a regañadientes. Después de colaborar con escritores como Conti, Ribera o Francisco Pérez Navarro, apenas un año después Jan se negaba a seguir dibujando el personaje, decepcionado por los resultados. Comenzaba entonces un largo deambular, que le llevaría de los cuentos infantiles troquelados a adaptar al cómic series de animación famosas como Heidi o Marco, pero también historietas comprometidas para la revista Butifarra o el álbum Nosotros los catalanes, donde se podía vislumbrar su buen ojo para la sátira de actualidad. Finalmente, el cambio de dirección de Bruguera le dio una nueva oportunidad a Superlópez en 1979, aprovechando el reciente estreno de la versión cinematográfica de Superman de Richard Donner, pero esta vez desde el respeto a su libertad creativa. Se acompañó del guionista Francisco Pérez Navarro, Efepé, buen conocedor del género de superhéroes y que supo crear una parodia casi perfecta ya desde su primera historia, donde narra el periplo de un bebé bigotudo alienígena que llega desde el extinto planeta Chitón a la Tierra. Ya crecidito, Superlópez tiene que ganarse las lentejas con su personalidad secreta de Juan López, oficinista anónimo y algo mediocre, que comparte penurias con su amigo Jaime y su novia y compañera, Luisa Lanas.

Con estos mimbres, Jan y Efepé firmaron varias historias que pronto ganaron el favor del público, aunque el verdadero éxito de Superlópez llegaría con las historietas de El supergrupo, donde los autores cruzarían al icono de la DC Cómics con los Vengadores de la Marvel, en una herejía suprema que se convertiría en la parodia ideal. Las historias de Superlópez, el capitán Hispania, El bruto, La chica increíble, Latas y el Mago fueron un bombazo que lanzarían al personaje al Olimpo comiquero, rivalizando en popularidad con los mismísimos Mortadelo y Filemón.

Pero Jan buscaba mucho más para su personaje que ser una mera parodia: tras el éxito, decide seguir en solitario con la serie, abandonando a los compañeros marvelianos para explorar su propio camino, que le permitirían expresar su lectura de la actualidad y sus ideas. Siempre atento a la realidad y buscando un mensaje social comprometido, Jan ha hecho feroces críticas de las dictaduras tras el 23-F (Los cabecicubos, 1982); ha denunciado la exportación de residuos al tercer mundo (El castillo de arena, 1992), el desastre del Prestige (Monster Chapapote, 2003) o los desahucios indiscriminados (El gran desahuciador, 2013). Criticó el mundo de Hollywood (La gran superproducción, 1982), avanzó el impacto de Internet (Los cibernautas, 1997) y supo también reírse del futuro éxito de la telerrealidad (El dios del bit, 2001), pero nunca ha escondido su pasión por la ciencia y el rechazo de las supersticiones (La caja de Pandora, 1983). Ha sabido adaptar a clásicos de la literatura a su particular universo, desde Tolkien (El señor de los chupetes, 1980) a Asimov (Tú, robot…, 2008) pasando por Borges (La biblioteca inexistente, 2009) y hacer que su personaje viaje por medio mundo real o imaginado, mostrando una titánica labor de documentación en su trabajo gráfico y una calidad que le ha valido ser uno de los dibujantes más admirados y copiados. Y aunque el éxito le obligara a explotar a sus personajes creando a los supergemelos Jolín y Jolina (eso sí, hijos naturales de una aventura amorosa de Superlópez), no ha renunciado nunca a su compromiso y convicciones, que le llevaron a rechazar la Medalla de Oro al mérito en Bellas Artes.

Los personajes pintan ya canas, pero la labor de Jan mantiene el mismo espíritu, logrando que la Parchelona de sus aventuras refleje una realidad más cercana al lector que la que dan los titulares de los periódicos.

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