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Cuando 'Sabrina' fue nominado al Man Booker del año pasado, mucha gente se enfadó. Otros aplaudieron: por primera vez, un cómic estaba entre los finalistas del prestigioso premio literario. Pero su autor, Nick Drnaso (Illinois, 1989), prefiere quedarse con la actitud de los ofendidos. Dice que les entiende. "Absolutamente. Porque creo que la literatura y los cómics son medios lo suficientemente distintos como para estar separados. Al menos para evitar esta percepción de los cómics como un género que tiene una única forma, en lugar de un medio con formas diferentes", sostiene el artista estadounidense. "La mayoría de los dibujantes que conozco leen más literatura que tebeos. Sí, se parecen en un montón de cosas, pero también son lo suficientemente diferentes como para mantenerlos cada uno por su lado".

'Sabrina' fue la consagración de Drnaso, que un par de años antes había irrumpido con 'Beverly'. Como en aquella primera novela gráfica, 'Sabrina' (publicada en España por Salamandra) cuenta la historia de una chica. O no exactamente: su desaparición provoca una espiral de dolor, vacío y desesperación que evoluciona en una pesadilla de teorías conspiratorias y noticias falsas. Igual que sucedió con Art Spiegelman, Joe Sacco o Chris Ware, el trabajo de Drnaso ha vuelto a situar al cómic en un pedestal. Lo mismo sucede con Michael Kupperman (Chicago, 1966), conocido sobre todo por sus historietas de humor, que en 'Niño prodigio' (Blackie Books) se lanza a investigar la historia de su padre antes de que la memoria de éste se apague. Y no es una historia cualquiera: Joel J. Kupperman fue la mayor estrella infantil de los concursos de preguntas y respuestas que florecieron en la radio estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial.

El trabajo de Kupperman es, como el 'Maus' de Spiegelman, una historia personal que amplía el marco hasta capturar una panorámica de las miserias humanas. El punto de partida es el resentimiento del dibujante hacia su padre. "Siento que estoy muy mal preparado para ser adulto", sentencia. "Mis padres apenas nos enseñaron a mí y a mi hermano las habilidades para la vida que necesitaríamos en este mundo tan confuso. Ahora soy padre, y estoy tratando de hacerlo mejor con mi hijo para que pueda ser un adulto con cierta confianza". Pero, tras conseguir que su progenitor hablase de lo que había callado durante años, llegó a comprender su actitud: "Le aterraba el mundo, solo quería esconderse de él. Así que no podía enseñarme o decirme cómo vivir". De ahí su deseo de ajustar cuentas mediante una herramienta tan poderosa como la historieta. "Creo que los cómics y los dibujos animados pueden explicar mucho a los niños", considera Kupperman. "La forma en que se organizan las imágenes, el proceso de pensamiento que precisa puede dar más pistas de lo que se considera 'normal' y 'anormal' que mil libros llenos de palabras".

El caso de Drnaso es diferente. "Cuando era crío, los cómics me parecían la forma más fácil de entrar en el arte, ya que requería correr menos riesgos de 'actuar' y tampoco suponía ser sociable. Tan sólo sentarme en mi habitación y tratar de apañármelas por mí mismo", recuerda el autor de 'Sabrina'. "Pensaba en hacer una exposición en una galería o algo más colaborativo y me parecía que nunca sería capaz. Así que lo escogí porque me resultaba la forma más cómoda de trabajar".

Se puede percibir, eso sí, un sentimiento común a ambos: el del artesano que antepone la comunicación con el lector-espectador a cualquier otra consideración artística. "Los cómics y el cine se desarrollaron al mismo tiempo, y a mediados del siglo pasado ambos ocuparon un lugar poderoso en la imaginación del público", enuncia Kupperman. "Las películas han llegado a dominar completamente nuestro paisaje cultural, pero los cómics no lo han hecho tan bien. En cuanto entretenimiento popular, se consideran baratos. Pero si se les sitúa como una de las bellas artes, caen en el preciosismo y quedan privados de lo que los hace realmente especiales. Pero los cómics continúan, siendo su relación esencial la que existe entre el creador y el lector". Aún así, dice, "debe surgir una nueva clase de personas que hagan posible la creación de cómics. No creadores, sino editores, promotores, editores, críticos. Porque existen muy pocos buenos ahora".

Drnaso dice sentirse extrañado cuando le preguntan por tebeos de superhéroes "como si estuviesen en el mismo género o, incluso en la misma clasificación. Es como si le preguntan a alguien que trabaja en un cierto género musical por otro completamente diferente". Pero, incide, no le provoca ningún tipo de resentimiento "el lugar que ocupan las historietas en la cultura. Me da igual si están en un espacio más central o más marginal".

El autor de 'Sabrina' hace esfuerzos constantes por superar su timidez "e intentar no parecer estúpido en las entrevistas". También se enfrenta a la frustración que le provoca el resultado final de su obra. "No tengo respuestas claras: estoy confuso y preocupado, y cuestionando constantemente mi punto de vista, si es riguroso o no". Por eso es reacio a revisar su obra como una radiografía de la sociedad en la que vive. Y, menos aún, desde una perspectiva política. "Lo que intentan expresar los personajes es una profunda amargura, pero también una paranoia intensa, sensación de pérdida y de traición", explica. "Por eso intentan agarrarse a estas teorías conspiratorias, como un deseo de reordenar el mundo. Creo que es algo universal que no pertenece a ningún lado del espectro político, ni tampoco a ningún grupo o nación concreta".

Kupperman es más claro respecto a la visión crítica de la realidad que aporta el creador de cómics. "Creo que hay una tendencia en la cultura estadounidense a ver las partes malas de nuestra sociedad como defectos que no reflejan el ideal optimista. En mi libro necesitaba contrastar las cosas tristes y desafortunadas que le habían sucedido a mi padre con el entusiasmo forzado y la positividad que eran fundamentales para EEUU durante y después de la Segunda Guerra Mundial", reflexiona. "Los estadounidenses también tienen una tendencia a creer lo que quieren creer. No pienso que fuera tan difícil decir que los 'quiz-shows' de los 50 estaban amañados. La gente realmente no quería saberlo hasta que explotó en sus caras. Entonces, ya podrían estar debidamente en shock. EEUU sigue perdiendo su inocencia. Pero, de alguna manera, la encuentra de nuevo, sólo para perderla la próxima vez".

"La gente siempre siente que llega un momento en que llega a un punto de crisis existencial y de sentimiento de desconexión", dice a este respecto su colega. De ahí el conflicto que plantean los medios de comunicación actuales, denuncia Drnaso. "No hay nada malo en querer leer algo que te conforte y que confirme lo que ya sabes, que te tranquilice en aquellos asuntos más incómodos, como el cambio climático. La gente tiene este impulso, el deseo de creer. Por eso los titulares negacionistas sobre el calentamiento globar son tan fuertes, porque ¿quién quiere pensar que estamos destruyendo el planeta? Es un asunto realmente deprimente".

Igualmente conflictiva resulta, desde una perspectiva diferente, la relación con la inteligencia que plantea 'Niño prodigio'. "Nos encantan las personas inteligentes siempre y cuando no contradigan demasiado nuestras creencias o nos hagan sentir mal con nosotros", apunta Kupperman. "Mi padre, desafortunadamente, hizo que muchos otros niños se sintieran mal con ellos mismos, y fue castigado por ello. Las reacciones que provocaba en el apogeo de su fama son fascinantes. La gente estaba deslumbrada, pero también se sentía horrorizada y despreciada. Era como un animal extraño para ellos".

Cuestiones elevadas que confirman que el cómic no es ni más ni menos que otras formas de expresión humana y debe ser tratado como tal. Así lo proclama Kupperman: "El arte es una forma de escapar de la realidad y de enfrentarse a ella. Es una forma de razonamiento y representación de la realidad que va más allá de lo que el lenguaje puede lograr. Representa un área de nuestro cerebro y también cómo reaccionamos ante el mundo. Implica sensibilidades y áreas de inteligencia que ahora están infravaloradas. Es una de las actividades más básicas que un niño puede realizar y es también magia sofisticada. Es peligroso e inofensivo. ¡Es importante!".

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