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«Le aseguro que no comprenderé nunca el éxito de Tintín. Pienso que debe haber, en principio, un malentendido...». Hergé, el creador del mito del cómic europeo, no acertaba a descifrar en una entrevista en 1971 el porqué del fenómeno que había gestado. El autor del reportero del flequillo rebelde vivía por entonces instalado en la cima de la fama, cuando se concedió dilatados paréntesis entre cada nueva aventura, ya con el canon fundamental de su obra publicado hacía años en Bélgica y expandiendo su repercusión a lo largo del mundo con amplias tiradas de álbumes en multitud de idiomas.

El último episodio data de 1976, pero la fama de la serie no ha declinado. Hergé, sorprendido de la vitalidad de su personaje, se hubiese sumido aún más en el estupor de haber podido ver, casi 36 años después de su muerte, a dos incondicionales en la edad madura, como Josep Manuel Silva y Enric Reverté, recreándose este sábado en sus hallazgos tintinescos, en pleno corazón de Barcelona. Como dos críos ávidos por contarse la última historieta cazada en el kiosko.

«Somos un grupo de freaks. En parte, estamos locos», espeta Silva, sarcástico. Profesor de Periodismo, Silva se contaba entre los 11 ponentes de la jornada que la Universitat Ramon Llull ha consagrado este fin de semana a Las Aventuras de Tintín. Cuatro horas en ocasión del 90 aniversario de la primera aparición del héroe en la prensa bruselense.

Ha sido una lección grata para los devotos; también acelerada sobre las mil interpretaciones y relecturas que merece un cómic con una inagotable capacidad de seducción. La clase escogida para las conferencias, algo estrecha, se llenó pronto; a media mañana, se hizo obligado mudar al público a un aula más holgada. Prueba de una afición viva, que no decae aunque Hergé dejara dicho que, tras él, nadie haría revivir a Tintín.

Silva muestra con deleite la talla del capitán Haddock que adquirió a un comerciante africano. Tuvo que agudizar el ingenio para traérsela por un precio que fuera capaz de pagar con el dinero que le quedaba en el bolsillo. No obstante, lo que le arrebata son los libros dedicados a Hergé y Tintín. Acumula más de 200, no todos leídos. «Si no tengo tiempo de leerlos antes de morir, espero hacerlo en la otra vida», confía Silva, que define la tintinolatría «como un virus, una patología crónica, que aparece de tanto en tanto, pero que no se cura ni desaparece».

«A veces miro los estantes de mi colección y pienso: cuánta felicidad me da», revela Reverté. La crisis se llevó por delante la imprenta que regentaba y se reinventó encomendándose a la adoración a Tintín. Abrió Can Tonet, una tienda-galería en Barcelona sobre el reportero, donde exhibe originales de los Petit Vingtième -en los que Hergé dibujó sus primeras tiras semanales-, ediciones antiguas y artículos del extenso (y algo exclusivo) merchandising con el que se nutre el fetichismo hacia el que la tintinofilia suele evolucionar una vez superada la infancia.

«Tengo la tienda por enfermedad. Mi mujer está tan enferma como yo», reconoce Reverté. Le basta abrir el móvil para demostrar que los síntomas son agudos: enseña la foto de su fox terrier; se llama Milú, claro (aunque, en su caso, es hembra).
Piezas codiciadas

«Mi tienda es el resultado de una frustración. Con 28 años, iba a la tienda de Tintín en la calle del Pi [desaparecida hace años] con mi pequeño, pero no podía comprar ni un llavero. Luego mi vida dio un vuelco y estuve coleccionando durante 25 años», relata. Ahora se desplaza a Bélgica cada dos o tres meses a cargarse de género y husmea a la búsqueda de oportunidades. Por encargo de un cliente, viaja al Congo a comprar en el amplio surtido de figuras de Tintín que ha puesto en venta el dueño de la finca que fuera de Mobutu Sese Seko, el estrafalario dictador del Zaire, quien bien podría haber surgido de los lápices de Hergé.

Reverté atesora piezas codiciadas. Uno de sus clientes se gastó más de 30.000 euros el año pasado para decorarse la casa. En efecto, es una pasión que no resulta barata. «Pero el auténtico coleccionismo está en la cabeza, en el recuerdo de cada imagen y viñeta», resalta Reverté, que se detiene en hablar del niño de «tres años y medio» que lo dejó atónito en una reciente visita a su galería, avezado en citar un buen puñado de nombres evocadores para diversas generaciones: «No solo conocía a Tintín y Haddock, ¡es que reconocía al caballero Francisco de Hadoque, a Rascar Capac y el fetiche arumbaya!».

Que un niño se deleite hoy con Tintín (y a tan corta edad) parece cada vez menos frecuente. La mayoría de los presentes en las charlas de la Ramon Llull pintaba canas. «El número de lectores irá a la baja, pero Tintín permanecerá en el panteón de las obras clásicas y la ficción occidental», augura el catedrático de Comunicación Josep Rom, uno de los promotores de la jornada.


En constante relectura

Pero, ¿por qué la fascinación persiste? Para Rom, Tintín articula un «sublime equilibrio de elementos» estéticos y narrativos, capitales en el desarrollo del lenguaje del cómic, y además contiene «diversas capas de interpretación» que siguen desgajándose con la madurez: «Cuando eres niño, la lectura es la aventura; más tarde, vemos cómo Tintín se identifica con nuestra vida, y después se le buscan aún más significados».

«Leyéndolo de mayor he visto cosas que no vi de pequeño», coincide el profesor Antoni Castells, «Tintín es totalmente atemporal y un personaje humano, pero me parece un misterio por qué perdura». «Es creíble, es interideológico, tiene contexto histórico y una capacidad de suministrar detalles que no se acaba, aparte de relacionarse con el diseño, unos valores, la Historia...», enumera el periodista Albert Balanzà.

«Sus valores no tienen caducidad: la amistad, la protección a los desvalidos... En los tiempos que corren, Tintín debería estar más vigente que nunca», defiende Reverté, para quien los libros y los objetos del personaje adentran a sus fieles «en un clima de verdadera emoción». «Es un homenaje constante a la nostalgia de la adolescencia», postula. De ahí la idolatría, cuyo estadio sublime es, para Silva, vivir convencido de que, en realidad, Tintín existe.

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