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A simple vista, sus trazos parecen llegados directamente del país del sol naciente. Cualquiera diría que son nipones hasta la médula. Salvo por la facha de sus personajes. En sus armarios no hay rastro de yukata ni kimono. Reinan la túnica blanca para ellos y la negra para ellas. El manga tiene una legión de forofos allá donde Mahoma predicó el islam como una victoria sobre los ídolos. Una publicación febril de cómics y decenas de dibujantes alimentan el furor de una población insultantemente joven. El 70% de sus 28 millones de habitantes tienen menos de 30 años. "Hay una gran concentración de 'mangakas' [dibujantes de manga] en Arabia Saudí. La mayoría se han hecho un nombre en las redes sociales", reconoce Samah Hashim, una de las primeras saudíes en abrirse paso por el mundo de las viñetas. "Cuando era niña, veía 'anime' doblado al árabe en la televisión saudí y, siendo adolescente, conocí el manga al viajar a Malasia. Recuerdo que me compré muchos libros aunque ni siquiera estaban en inglés porque sus dibujos me parecían fascinantes", evoca la autora, con un primer volumen de manga en las librerías.

El reino ultraconservador -patria del wahabismo, una radical interpretación del islam- ha comenzado a renegar de su pasado más reciente. Décadas oscuras en las que el fundamentalismo cerró salas de cine, prohibió la música y obligó a saciar las dosis de ocio extramuros, en los países vecinos. El príncipe heredero Mohamed bin Salman impulsa ahora una controvertida reforma que persigue convertir el país en una Meca del entretenimiento, con un frenesí de torneos deportivos, parques temáticos e incluso una versión local de los Sanfermines. El manga -nacido del encuentro del arte gráfico tradicional japonés y la historieta occidental- también forma parte de la ecuación que maneja la monarquía saudí. "El Gobierno nos apoya. Ha creado una empresa llamada Manga Productions que respalda a los artistas que quieren publicar sus cómics. También se encarga de invitar a profesionales japoneses para mejorar la formación del gremio", narra Majid Azrai, al frente de un equipo editorial que lanza cada tres meses una publicación manga.

"Aprendimos a través de vídeos de Youtube. Luego decidimos establecer nuestra propia empresa", cuenta el joven. Las páginas del arte manufacturado en Riad, la capital, y Yeda, una ciudad ubicada a orillas del mar Rojo y más liberal, son un ejercicio de adaptación al medio. "Es manga al estilo árabe", admite Samah. "Muchos de los elementos que usamos en las viñetas son saudíes. Mis personajes masculinos llevan túnica y shemagh [pañuelo palestino] y las femeninos 'abaya' [la túnica negra que las saudíes deben colocarse encima de su ropa] y 'hiyab' [pañuelo islámico]", detalla la artista. Las localizaciones por las que desfilan los personajes son también un guiño a una geografía local que fue modelada en las últimas décadas tras el hallazgo del petróleo. "Incluimos detalles y edificios emblemáticos de Yeda. Los personajes comparten nuestra cultura y usan refranes y palabras de nuestra habla coloquial. Usamos las historias para lanzar mensajes positivos o reírnos de algunos asuntos como nuestra impuntualidad", comenta Azrai.

"Es una comunidad en crecimiento. Organizamos encuentros y compartimos nuestra afición con otros dibujantes, lectores y aficionados", apunta Rahaf Shujaa, una artista 'freelance' que prepara su segundo libro de manga saudí. En un país con escasa vida cultural, la autoridad general de entretenimiento se ha propuesto alentar entre las nuevas generaciones la afición por el arte procedente de Japón, un universo que fascina al heredero al trono. Recientemente una competición eligió al 'mangaka' con más talento del reino. Unos vientos de aperturismo y modernidad que se han granjeado el rechazo o la incomprensión de los sectores más recalcitrantes, guardianes de una ortodoxia que creen en grave peligro.

"Por desgracia, hay gente que aún necesita comprender que el manga y el 'anime' no son solo para niños. Es un proceso", dice Hanan al Nomani, una enfermera que alterna sus guardias en un hospital con su arrebato. "Se requiere más conciencia. Muchos tienen una visión muy superficial", agrega Hashim, que compagina sus encargos con su "labor como ama de casa". "Primero me encargo de la casa y de ver las necesidades de mi marido y mi hija. Luego, me pongo a trabajar en mi oficina. Cuando necesito más inspiración, me desplazo a un café para poder captar el movimiento de la gente", añade. En el cada vez más numeroso gremio de mangakas saudíes, donde el arte japonés es espejo de los cambios que azotan el país, el sueño de Al Nomani es "tener marca propia" y "enseñar la belleza del reino a través del manga". Para Azrai, el futuro resulta más ambicioso: "Lo que muchos preguntan es por qué no empezamos a publicar esto hace tiempo. Mi anhelo es convertir a mi país en la Disneylandia del mundo árabe".

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