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La bibliografía sobre Tintín está adquiriendo en España un auge insospechado para un cómic que en su momento ni siquiera se vendía en los quioscos sino que había que ir a librerías especializadas. Se publicó en 1930 la primera de las veinticuatro de las que consta la serie.  En nuestro país, la primera edición de Tintín data de 1952 y hasta bien entrados los ochenta la tintinmanía no se instituyó en los museos: no olvidemos que la primera exposición de Tintín en un museo español se produjo en 1984 en la Fundación Miró, una muestra ya mítica que tuvo lugar en Bruselas poco antes bajo el título de El museo imaginario de Tintín. Esta malrauxiana sentencia vino a consagrar a este personaje de cómic en los entornos de la alta cultura, en clara oposición a los héroes norteamericanos, desde Supermán y Capitán América a Batman, que se sentían muy a gusto para aquello para lo que habían sido creados, símbolos ardientes de la mass cult. Cosas de la “línea clara”, donde los juegos de luces y sombras han sido reemplazados por los colores planos.

Tintín ha sido estudiado desde todos los aspectos posibles, desde luego al que le corresponde en el mundo del grafismo, como producto excelso que es del mismo, pero también desde el político. Su creador, Hergé era un nada disimulado anticomunista e inclinado a los modos del conservadurismo belga más reaccionario. De ahí que los primeros álbumes de Tintín en la década de los treinta hayan sido calificados en esta nuestra época, de corrección política, como racistas y colonialistas y en algunos países algunos de ellos no se editen, sobre todo el titulado Tintín en el Congo. En cualquier caso, si estos álbumes poseen una característica que los hace clásicos es su sentido de la aventura y del conocimiento de nuevas tierras.  Prácticamente no hay lugar en la Tierra y fuera de ella, llega a pisar como si tal cosa la Luna, que el reportero no visitara. Prueba de la fascinación que produjo estas historietas desde sus comienzos es que fueron traducidas a sesenta idiomas en fecha temprana. Hasta tal punto llegó su popularidad que dentro del cómic europeo Tintín reinó con fuerza indiscutible a pesar de la creación en Bélgica de Spirou en 1938 y la llegada a Europa en aquellos años de Mickey en formato de revista, que se convirtieron en serios rivales, hasta que en la vecina Francia, en 1959, surgió un personaje que prácticamente le enterró, Astérix.

Ahora, la bibliografía sobre Tintín surge cargada de nostalgia por elementos que valoran la contextualización de toda una época. En España, aparte de los estudios tempranos de Luis Alberto de Cuenca, Ricardo Aguilera y Lorenzo Díaz, Juan Manuel Soldevilla,destacan los libros que Fernando Castillo dedicó al personaje y a su creador Hergé, en especial El siglo de Tintín.

Recientemente la editorial Fórcola ha editado Geografías y paisajes de Tintín, de Eduardo Martínez de Pisón (Valladolid, 1937), profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, donde enseña Geografía. Martínez de Pisón, además de geógrafo, en esto comparte oficio con Julien Gracq,  es montañero y escritor y a él se deben títulos significativos como El largo hilo de seda; La Tierra de Jules Verne; el muy curioso, La montaña y el arte. Miradas desde la pintura, la música y la literatura y Viajes al centro de la Tierra. Notas literarias de Homero a Jules Verne. En este libro Martínez de Pisón mantiene la convicción de que el mundo tintinesco es un mundo imaginario sustentado en lo real, y ello hasta tal punto de que bien puede decirse que el mundo creado por Hergé es, a su vez, una suerte de “imago mundi” que se basa en una auténtica visión científica de los paisajes que describe. Tenemos, así, que por un lado, el del imaginario, los paises que visita Tintín pertenecen de lleno a los usos y costumbres que de los paisajes y paisanajes tenían los europeos de esa época, muy condicionados por los relatos de aventuras del siglo XIX. Por otro el real, el de la evidencia científica, llega a realizar en esos 24 tomos un atlas mundial, incluida la Luna, que hizo que los lectores imaginaran un satélite con casi la verosimilitud, lo de Mélies era otra cosa, que las filmaciones del Apolo 11.

El libro de Martínez de Pisón es exhaustivo, y después de leerlo parece que uno comprende mejor el universo tintiniano, lo que es prueba segura de su calidad, de su excelencia. De esa manera el lector viaja en estas páginas por la Tierra al modo de un documental doblemente fascinante por lo que tiene de sustento en lo literario. Las páginas finales son necesarias y demuestran que a Martínez de Pisón le asiste el genio del buen profesor al realizar unos diagramas que nos recuerdan una especie de  tablas de Mendeleiev tintinescas. En ellos se describen los países presentes en los álbumes y se da cuenta de las flora y fauna, si hacemos abstracción de la Castafiore, el capitán Haddock, Fernández y Fernández e incluso de ese humano con forma perruna llamado Milou...

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