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Seth y los tiempos modernos son como el agua y los gatos, no se llevan nada bien. No le cuesta admitirlo: «Me siento incómodo en el presente, y me repele la estética de la cultura actual, no soporto su textura». Es precisamente por eso por lo que su obra -que desde mediados de los años 90 ha florecido en varias series de tiras y novelas gráficas para editoriales como Drawn & Quarterly, o la revista The New Yorker- hay que entenderla como una huida, como si ansiara un refugio en épocas menos complejas.En sus viñetas se respira un aire a los años 20, o un perfume de los 50: sus personajes visten trajes elegantes y escriben con pluma estilográfica, llevan bigotes pasados de moda y pasean por ciudades nevadas, solitarias, en compañía únicamente de sus recuerdos. Sólo hay que ver cómo viste él mismo para comprender que sus tiras son producto de un dios que dibuja a su imagen y semejanza.Tampoco faltan los críticos que hayan descrito al dibujante canadiense -nacido en Clinton, Ontario, en el año 1962 con el nombre real de Gregory Gallant- como el equivalente a Marcel Proust en el mundo del cómic. «Entiendo la conexión», responde Seth. «Me temo que mi camino narrativo ya lo había elegido muchos años antes de empezar a leer En busca del tiempo perdido. Aún no he podido terminarlo, pero comparto esa obsesión por detener y retener el tiempo».

De hecho, este es el tema fundamental de su obra, impedir que se borren los recuerdos. «Nuestras vidas se componen de millones de impresiones, chispazos de imágenes que día tras día desaparecen para siempre, sin que nos demos cuenta. Me parece algo angustioso, como si fuera borrándome yo, poco a poco».

Desde que empezara a publicar sus primeros trabajos de entidad -la novela gráfica La vida está bien, si no te rindes (1996), y más tarde los dos primeros volúmenes de Ventiladores Clyde (serie iniciada en 2000), Wimbledon Green (2005) y George Sprott (2009)-, Seth se ha ganado un prestigio indestructible como uno de los grandes héroes del cómic independiente, adulto y poético. Su estilo austero parte de las tiras de la prensa de masas de los años 20 y en adelante -una de sus principales influencias es Charles M. Schulz, el creador de Snoopy-, pero su fondo intenta ir más allá de la mera historia lineal, o de cualquier argumento típico.

«El cómic es una de las pocas formas de arte que exigen ser experimentadas en soledad», sostiene Seth. «No se me ocurre cómo podrías compartir la experiencia con otra persona. El cómic existe en tu cerebro sólo cuando combinas el texto con las imágenes, y es algo tan íntimo que se convierte en un canal perfecto para transmitir emociones. En muchos aspectos, lo hace mejor que la literatura». La viñeta entendida como un aliento lírico, como un receptáculo de impresiones, estados de ánimo y rastros de la memoria.«Quiero decir muchas cosas», continúa. «Cada día me levanto con la necesidad desesperada de expresar sentimientos. Pero no los puedo concretar. Quizá sea sólo un deseo de gritar y decir: estoy aquí». Curiosamente, Seth es el tipo de persona que no querría estar en ninguna parte, salvo en su casa. En el documental Seth's Dominion, dirigido por Luc Chamberland y publicado en octubre en DVD por la editorial Drawn & Quarterly, podemos hacernos una idea de cómo es su día a día, que salvo algunas reuniones con sus amigos del alma -los también historietistas Chester Brown y Joe Matt-, consiste en dibujar y refugiarse en su estudio, diseñado para ser su fortaleza de la sociedad, atiborrada de libros, tebeos, objetos antiguos y recuerdos de tiempos que no volverán.

Es ahí donde Seth va dando salida a sus compromisos, sus proyectos más queridos y sus aficiones más curiosas. Por ejemplo, desde hace un tiempo construye modelos de casas de cartón, inspiradas en los diseños de los edificios de Dominion City («el lugar imaginario en el que tienen lugar mis historias»), y ya tiene cerca de 100. «Me lo planteo como otra forma de expresión, como si fueran esculturas. He vendido un par de duplicados, pero en realidad no están a la venta. Es una ciudad indivisible».

La mayor parte de su tiempo, actualmente, lo emplea en lo que llama proyectos «comerciales» -por ejemplo, dibujar portadas para The New Yorker, o ilustrar la edición en DVD de Dejad paso al mañana (Leo McCarey, 1937) publicada por sello Criterion-, y uno de esos proyectos acaba de aterrizar en España.

La editorial madrileña Vidas de Papel ha encargado a Seth una serigrafía en edición limitada de 150 ejemplares, a 99 euros la pieza, y presentada en una carpeta exclusiva, que lleva por título The Royal Canadian Super-legion. «Cuando empecé hubiera preferido dedicarme únicamente al cómic», explica Seth. «Pero tengo que vivir de algo, así que acepto proyectos de este tipo. A medida que mi carrera fue a más, este tipo de encargos fueron cada vez mejores, así que no los rechazo: me ayudan a mejorar, a aprender nuevas técnicas, y me hacen un artista cada día más completo. De hecho, ya no pienso como un dibujante, sino como un diseñador gráfico».

Este tipo de proyectos habían superado en los últimos años a los más convencionales, las series gráficas para revistas -como Palookaville o las entregas de George Sprott que fueron publicándose en The New Yorker- y las novelas gráficas. Pero Seth tiene planes para volver tras sus pasos y darle de nuevo a sus fans algo más que cubiertas, pósters y productos para el mercado del coleccionismo. «Antes de morir, me gustaría completar unas cuantas historias ambiciosas. Es importante para mí», confiesa. «He estado trabajando en mi novela gráfica Ventiladores Clyde durante casi 20 años, y por fin la tengo acabada. Este trabajo creo que será mi magnus opus, va a ser el libro más extenso que publique nunca. Y en el futuro planeo más trabajo serio de este tipo. El año que viene posiblemente comience con otra novela gráfica, aunque no tan larga. Creo que me limitaré a un máximo de 150 páginas».

Ventiladores Clyde, de la que existen algunos volúmenes parciales ya publicados, debería lanzarse en inglés a mediados de 2017, y Seth intuye que en España podría estar en 2018 -sin que se sepa aún qué editorial puede estar pujando por el libro; sus últimos títulos han aparecido en SinSentido, aunque George Sprott se lo quedó Mondadori-. A sus 54 años, Seth es consciente de que el final de la vida ya se avista a lo lejos, y le gustaría dejar un legado perdurable. A estas alturas ya nadie discute que vaya a ser un clásico -le avalan premios como el Ignatz de 1997 y el Eisner de 2005-, pero su mundo, aunque anclado en el pasado, es lo suficientemente valioso como para hacerlo crecer más.

«Me encuentro bien», admite. «Cuando dejé de ser Gregory Gallant para convertirme en Seth, buscaba una identidad nueva porque me sentía incómodo con la persona que era. Si tuviera que buscarme un alias hoy, seguramente ya no sería Seth. Es un nombre que me suena un poco cursi, como gótico [Gregory Gallant, de hecho, fue un joven new romantic en los 80, con su tupé rizado y el aspecto de un fan de The Cure]. Aunque no puedo evitar que haya suplantado mi identidad. Ni siquiera mi mujer me llama Gregory, para ella también soy Seth. Pero ya no me preocupa».

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