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Su nombre, como diría Luis Alberto de Cuenca, era el de todos los tebeos; una palabra capaz de saltar del bullicio del quiosco al acomodo de la Real Academia Española y marcar época mientras trazaba una línea temporal que avanzó en paralelo a la historia de la ilustración y el humor gráfico made in Spain. Su nombre, claro, no podía ser otro que «TBO»,hogar centenario de dibujantes e historietistas como Opisso, Coll, Muntañola, Tínez y Nit y referente sentimental firmemente anudado a las andanzas de la familia Ulises, las gestas de Josechu el Vasco o disparatados inventos como los melones cuadrados, el coche salta-vallas o el sombrero-jaula.

«Es un patrimonio cultural capital. No creo que haya nadie de más de 45 años que no sepa quién es “La familia Ulises”», destaca Antoni Guiral, guionista, divulgador y responsable de esta gran exposición portátil que es «100 años de TBO» (Ediciones B), vistoso volumen que celebra el primer siglo de vida del nacimiento de la popular revista ilustrada al tiempo que subraya su relevancia cultural. «Estamos hablando de una publicación que llegó a vender 300.000 ejemplares y que influyó en la educación de toda España», explica el autor.

Una gesta titánica
Tanto es así que, a la hora de plantear una gesta tan titánica como la de revisar los setenta y un años de vida de la publicación, los que van de 1917 a 1988, sólo cabía contemplar el método científico de «vaciar», contrastar e intentar suplir la ausencia de una colección completa del «TBO» -«me sorprende y me parece un poco vergonzoso que no haya ninguna institución que tenga toda la colección guardada», lamenta Guiral- con el archivo personal del publicista y coleccionista Lluís Giralt, colaborador indispensable para la gestación de este volumen conmemorativo.

«Puedo presumir que le he hecho la autopsia a este fallecido centenario y me ha desvelado casos y cosas que sorprenderán a muchas personas curiosas», escribe Giralt en el prólogo. Uno de esos casos es, por ejemplo, el de la fecha exacta de publicación del primer número del «TBO», un entuerto histórico que refuerza aquí la tesis de que en realidad fue el 11 de marzo de 1917, aunque sin desechar del todo las otras dos posibilidades (el 10 o el 17 de marzo, según la versión) que circulan desde hace años.

Así, con la ayuda de Giralt y barra libre para leer del derecho y del revés la historia de un publicación sin la que no se entendería ni el trabajo de Ibáñez ni el humor ácido de «La Codorniz», Guiral desvela una fórmula de éxito basada en el formato y la audiencia. «Fue una de las primeras revistas que incorporó la historieta de manera regular y que estaba destinado a un público familiar», señala.

Más tarde vendrían las firmas de Nit, Coll y Benejam, las chifladuras del doctor Franz de Copenhague, la cima de los 300.000 ejemplares vendidos -o los 600.000 leídos, según proclamaba la propia cubierta de la revista en 1971- o «La familia Ulises», como fiel reflejo sociológico de una familia de clase de media, pero si por algo será recordado el «TBO» es por haberse convertido en epítome del humor blanco pese a que las risas nunca fueron del todo inocentes. «Al estar dirigida a un público familiar, también lo estaba a un público adulto, por lo que durante la Guerra Civil no era raro encontrar detalles sociales o tiras sobre los bombardeos en Barcelona», recuerda Guiral. Después de la guerra, añade, incluso podían verse temas de la época como el estraperlo o el racionamiento, con viñetas de familias «repartiéndose migajas».

Con todo, ese humor blanco poco amigo de los problemas que se esfumó en cuanto la revista echó el cierre en 1988 es el que dará nombre a la exposición que el Salón del Cómic de Barcelona dedicará al «TBO» en su próxima edición, uno de los pocos actos de un centenario que corre el riesgo de quedar un tanto descafeinado. «El año pasado ofrecí una exposición bastante ambiciosa a varios museos, pero todos me dijeron que no les interesaba», lamenta Guiral.

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