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Un líder minero está a punto de hacer una arenga revolucionaria mientras dirige a sus compañeros a tomar Oviedo. Se le atasca la voz cuando en la cuneta, donde yacen varios cadáveres de la Guardia nacional, dejados por otros sublevados que han pasado antes que ellos, un cuervo le arranca un ojo a uno de ellos. “Esto terminará mal”. “Lo sabían y lo asumían” los mineros que el 5 de octubre de 1934, en un intento de mejorar sus miserables y durísimas condiciones de vida, cogieron las pocas escopetas de caza que tenían y, eso sí, la dinamita que usaban para extraer el carbón, y protagonizaron la Revolución de Asturias, la última revuelta obrera de Europa, sangrienta y fracasada, que duró apenas dos semanas y se convirtió en triste preludio de la guerra civil. Lo sabían las fuerzas del Gobierno de la República de Lerroux, que intentaron sofocar la rebelión, al principio sin éxito, luego a sangre y fuego con las tropas moras de África de Franco y el teniente coronel Yagüe. “Lo sabían” la aristocracia y la burguesía asturiana, que desde sus privilegiadas casas vieron cómo los mineros conquistaban las calles de la capital. Y “lo saben” bien los personajes de ficción del segundo tomo de la ambiciosa ‘La balada del norte’ (Astiberri), con los que el dibujante Alfonso Zapico, nacido en 1981 en Blimea, en plena cuenca minera del Nalón, rescata la historia y aquel memorable origen del “universo” en que se crió, un “mundo que se muere”.

“Me di cuenta en el 2013, con las huelgas mineras y el cierre de las minas”, recuerda Zapico, sobrino de minero jubilado a los cuarenta y pocos con secuelas físicas del trabajo en los pozos. El autor entonces ya vivía en la francesa Angulema, epicentro europeo de la historieta, donde recaló por una beca para su investigación de la vida de Joyce, ‘Dublinés’, que le valió el Premio Nacional de Cómic 2012. “Había escapado de Blimea, en lo profundo del valle. Si hubiera seguido allí no hubiera tenido la perspectiva para ver de dónde venía, para entender que mi suelo de referencia estaba desapareciendo y aferrarme a mi identidad y mi memoria”.

Lo contaba este fin de semana, mientras recorría los escenarios de aquella Revolución del 34, que estalló siguiendo el llamamiento de una huelga general en todo el país, y que el dibujante ha llevado a la viñeta en lo que se ha convertido en una trilogía. La tercera parte no llegará hasta dentro de un par de años. Zapico paseó con un puñado de periodistas por las calles del centro de Oviedo, donde aún se ven los impactos de bala en los muros de la Catedral, el antiguo cuartel de carabineros o el teatro Campoamor (donde se entregan los Premios Príncipe de Asturias), que la guardia de asalto gubernamental incendió para que no lo tomaran los mineros, como tantos otros edificios emblemáticos.

No faltó un viaje a las cuencas, una forma de vida en extinción, pobladas por mineros jubilados y viudas, sin futuro para los jóvenes y a años luz de la burguesa capital. Recorrió Zapico el pozo Venturo, en la Güeria, el pozo San Luis, en el que se inspiró para el cómic, o el Museo de la minería, en El Entrego. Porque si ‘La balada del norte 1’ presentaba el escenario y los personajes, el tomo 2 “es un intermedio bélico, caótico y con mucha acción y con dos frentes. Uno de exteriores, con enfrentamientos bélicos, y otro de interiores, en casas donde chocan y conviven dos mundos”: dos clases sociales, una opresora y otra oprimida, y donde queda reflejada la inoperancia de los mandos de las fuerzas de seguridad y del Gobernador civil de Asturias.

Esos dos mundos los representan unos personajes que cuentan la historia en mayúsculas de la revolución a través de su “intrahistoria”, entrando en casas y cuarteles, en la vida cotidana de aristócratas, burgueses y mineros: por un lado, el marqués, cacique y dueño de la explotación minera (para el que Zapico se inspiró en el de Comillas), y su hijo Tristán, enfermizo, bohemio e intelectual. Por otro, el honrado capataz y líder minero Apolonio y su hija Isolina, que de criada del marqués se convierte en miliciana tras enamorarse de Tristán. “A la gente, cuando dejaba de trabajar en la mina solo le quedaba morirse, tenían poco que perder pero aún así temían que su miseria empeorara”, apunta.

“Todos ellos son seres humanos contradictorios, con todas sus dudas. Están construidos de materiales reales, de anécdotas de mi familia y cosas que me contaron”. Dos universos que en la actual sociedad asturiana siguen sin reconciliarse, apuntan los historiadores, donde los hechos aún divergen según qué bando los cuenta.

Por eso, aunque sean de ficción y puedan parecer arquetipos, los personajes “son creíbles”, cuenta el autor de ‘El otro mar’, que se considera “clásico y de pocos experimentos”, tanto en el dibujo como en el seguir los pasos de “la novela clásica del XIX”. “Así puedo hacer lo que me interesa, contar historias y llegar con ellas a un lector más amplio, más universal y generalista, que no tiene que porqué ser lector habitual de cómic”.

UNA SOCIEDAD MACHISTA

No olvida el recorrido en las cuencas el monumento a Les Carboneres, las obreras que trabajaban transportando el carbón con palas en el exterior de los pozos, igual que no olvida Zapico a las mujeres en la figura de Isolina, que se pelea con su padre porque no la ve en el papel de miliciana, que ayuda a los sublevados con el avituallamiento y hasta se hace con un fusil. “Las mujeres tuvieron un papel fundamental y fueron un pilar en las sociedades mineras, donde había un machismo enorme. Eran invisibles pero sin ellas nada habría sido posible en la vida cotidiana. Eso llega hasta hoy, yo lo he percibido en mi propia familia. Es una paradoja que aquellos mineros que con los sindicatos luchaban por la igualdad y por mejorar sus condiciones de trabajo volvían a casa y tenían a sus mujeres sometidas”.

Isolina también protagoniza un tú a tú con una esposa de abogado burguesa de Oviedo. “Pertenece a una clase social privilegiada, en teoría no debe preocuparse de nada pero tiene su propio tormento interior y sus problemas por ser mujer, relegada a ama de casa y a cuidar del marido y los hijos”.

Todos sabían que aquella revolución de Octubre acabaría mal. Zapico es el único que ahora sabe qué pasará en el tercer volumen. “El final es dramático. Es una revolución que se perdió. Pero no es un libro triste”. Y avisa, no todo será la desmedida represión posterior.

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