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La hija de Gabriel Hernández Walta es casi literalmente un personaje Marvel. En las viñetas, la niña del vengador La Visión, diseñada por el dibujante andaluz (aunque nacido en Melilla en 1973), tiene rostro rojo, pelo verde y articulaciones robóticas, pero él sigue viendo en ella a su hija de 17 años. “Tomaba referencias hasta a nivel subconsciente de su actitud. Solo me dijeron que tenía que tener la piel roja y que era un robot”, recuerda por teléfono. Un año después, su creación es uno de los personajes juveniles en auge de la editorial. Ahora, al verla en manos de otros dibujantes siente una especie de síndrome del nido vacío. Sus facciones pasan de lápiz en lápiz: “Es extraño. Te sientes honrado, pero cuando se aparta un poco de tu mirada, tienes una sensación de abandono. Aunque tampoco pilla por sorpresa, porque firmas cláusulas para ceder los derechos de tu creación en cualquier medio”.

Hasta ese extremo llegó a ser personal La Visión, colección de 12 números que parió junto al guionista Tom King y que no solo lo ha erigido como uno de los dibujantes de moda en EE UU sino que, además, se alzó el pasado julio con el premio Eisner, el galardón más importante del mundo del cómic, a mejor serie limitada.

Al fin y al cabo, la ilustración y el tebeo siempre fueron algo familiar para este granadino que se ha pasado el verano dibujando en Almería la nueva etapa de Doctor Extraño. Su padre era profesor de dibujo en el instituto. Walta siguió sus pasos y acabó estudiando Bellas Artes. Hasta expuso sus pinturas “como fuente de ingresos”, pero su sueño era muy distinto. “No hubo un momento en el que planteara a mi familia que quería dibujar tebeos. Ya lo sabían. Es lo único que quería hacer. No tenía plan B. Era siempre de los dos o tres que mejor dibujaba en mi clase, pero no era una meta ni quería ser el mejor. Simplemente tenía esa necesidad. Luego te comparabas con artistas, desde Velázquez a Mignola, y todo parecía inalcanzable”, recuerda. Hernández Walta, además, no tenía un estilo clásico de superhéroes, sino que se inspiraba en artistas oscuros y con otra percepción de las proporciones como Frank Miller o Bill Sienkiewicz, con quienes creció en los ochenta.

Por eso no es extraño que sus primeros trabajos fueran más cercanos al terror que a los tipos con capa. Su estreno fue mano a mano con El Torres en El velo, cómic que, sin embargo, no les compraron en España. “El terror no vende”, dijeron aquí, así que lo publicaron en EE UU. En ese viaje, también le acompañó su hija. “Lo hicimos a fondo perdido, sin ganar nada. Mi mujer trabajaba, y yo cuidaba de la pequeña en casa. Es lo bueno de poder dibujar donde quieras”.

Esos primeros trabajos por amor al arte, y algunos dibujos de Harry Potter, le sirvieron para llevar su carpeta a las grandes editoriales. Sin superhéroes bajo el brazo llegó a Marvel donde, después de numerosos encargos puntuales, recibió una de las aventuras más oscuras y personales de Magneto. Pero ha sido La Visión la que le ha llevado al primer plano. Y eso que el encargo de entrada no parecía convencerlo: “Nunca me interesó como personaje. Incluso ahora sigue sin decirme gran cosa. Pero lo que me motivó fue la historia. Leía a mi mujer cada guion en alto. Estaba emocionado”, exclama. La serie iba mucho más allá de un cómic de superhéroes. Era un drama familiar de ciencia-ficción con un planteamiento sorprendente que, sin buscarlo, acabó atrayendo a un público poco acostumbrado a leer Marvel. “No anticipamos esa acogida. En una empresa tan grande, a veces apuestan por esa gota de riesgo. Trabajar en los márgenes es lo que me gusta, en series con libertad”.

odo comienza cuando el androide al que da vida en el cine Paul Bettany decide construir su propia familia para vivir una existencia normal en un típico barrio residencial estadounidense. El público más clásico tardó en aceptar la premisa. En sus 50 años de vida, el personaje había superado bodas, divorcios, resurrecciones y hasta que sus hijos fueran secuestrados por Mefisto, pero este American Beauty superheroico lo colocaba en una situación inédita. Ahora se vestía con camisa y corbata y tenía un perro verde. Al final todo salió bien: “Todavía me ilusiona entrar a una tienda y ver mis tebeos en los estantes, que lo lean mis amigos”.

Hernández Walta trabajó en el cómic durante años sin cobrar, así que sigue sintiéndose un privilegiado por poder vivir de ello: “Cuando echas 12 horas y estás quemado, es intenso, pero terminar de desayunar y subir al cuarto a dibujar, no encuentro mayor placer”.

“Lo estaría haciendo sin trabajo”, apunta el dibujante que, aunque reconoce que estudiar Bellas artes no es obligatorio, le concedió el gusto de poder pasar ilustrando sin parar cinco años: “Abre tu mente. El dibujante de cómic tiene que mirar otras artes para dominar su medio”.

Hoy se deja llevar por los plazos mensuales del mercado, aunque no descarta regresar al cómic propio con el que comenzó: “Me haría ilusión, echo de menos a El Torres y tengo ideas como guionista. Espero que llegue en un futuro cercano”. Si bien tiene clara la situación: “En España hay muchas oportunidades para publicar, pero no para vivir de ello”.

De momento desata toda su pasión en Doctor Extraño, colección que él mismo pidió y donde el malvado Loki se vuelve el Hechicero Supremo. “Es el tebeo que todos quieren dibujar. No hacen falta referencias. Desbarras con la imaginación. Y disfruto al no tener un personaje hipermusculado”. Quizás por eso no sueña con dibujar a Superman. “Nunca me ha salido bien, pero si me proponen a un buen guionista y un entorno fuera del habitual… quién sabe”.

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