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Julio de 1938. La misma semana en que comenzaba en el Ebro la batalla más grande, larga y sangrienta de la Guerra Civil —115 días y más de 30.000 muertos—, Superman llegaba por primera vez a los quioscos de Estados Unidos. El superhéroe más famoso de la historia emprendía su primera aventura en la revista «Action Comics», con un viaje hasta una república imaginaria de habla española, llamada San Monte, inmersa en una guerra atroz. Pero, ¿qué república era esa? «Los indicios que van apareciendo aquí y allá, tanto de orden geopolítico (la guerra puede provocar un conflicto mundial), como militar (es una guerra de trincheras y hay combates aéreos) y los relativos a los excesos (ejecuciones sumarias de civiles y torturas) hacen pensar que los autores, si no se refieren a ella explícitamente, tienen en mente la Guerra Civil española».

Lo cuenta Michel Matly en «El cómic sobre la Guerra Civil» (Cátedra, 2018), un profundo análisis de los ochenta años de tebeos publicados sobre el conflicto. «Lo que me motivó fueron las reacciones a flor de piel, a veces violentas, de mi familia y mis amigos españoles cuando se mencionaba el episodio. Es un tema muy sensible aún», comenta este investigador de la Universidad Blaise Pascal de Clermont-Ferrand y doctor en Estudios Hispánicos.

Tardó cinco años y revisó 15.000 revistas y diarios —«al principio consulté ABC, que tiene una hemeroteca magnífica y muy accesible que me proporcionó pistas muy valiosas»— para encontrar historietas relacionadas con este tema que convirtió en su tesis. El autor estimó la producción en alrededor de 500 publicadas en 15 países, algunos tan improbables como Polonia o Filipinas. «La cantidad es comparable a la que se publicó sobre la Primera Guerra Mundial o la guerra de Argelia. Es relativamente abundante, aunque no se pueda comparar con la Segunda Guerra Mundial ni con la de Corea», explica el autor, cuyo suegro participó en la retirada republicana de 1939 y el padre de este fue uno de los 100.000 desaparecidos en combate. «El trabajo me ha permitido medir la distancia entre las dos Españas que coexisten, pero no se entienden. Como si vivieran en mundos paralelos: el de aquí y el del exilio en Francia, compuesto por herederos republicanos que guardan con fervor la memoria republicana», reconoce.

Los primeros tebeos que hicieron referencia a la Guerra Civil, como es el caso de Superman, implícitamente, o la historia de «Three Aces» también en Estados Unidos, que sí hablaba de la «guerra en España», aparecieron entre 1936 y 1939. La producción fue especialmente significativa en España como medio de propaganda con fines bélicos. En el bando franquista se uso para atacar y condenar al enemigo con revistas como «Pelayos», «Chicos» y «Flecha», mientras que en el republicano se crearon personajes como Pocholo, Soldado Canuto o el Pionero Rojo para educar a sus soldados, tranquilizar a la juventud y denunciar a las potencias extranjeras que apoyaban a Franco.

Aquel primer Superman de 1938 se incluiría en este segundo grupo. Sus creadores, el escritor Jerry Siegel y el dibujante Joe Shuster, lo llevan hasta aquella guerra lejana con un traficante de armas estadounidense para, «de manera un poco ingenua», concienciarlo de que los beneficios que saca de su negocio no son nada comparados con los horrores que provoca. Allí se le puede ver combatiendo en el frente, espiando a los rebeldes, salvando a Lois Lane de ser fusilada tras un juicio sumario, enfrentándose a unos soldados que torturan a un prisionero y raptando a los comandantes de ambos ejércitos para persuadirlos del sinsentido de la contienda fratricida. «He decidido terminar con esta guerra mediante una pelea entre los dos aquí mismo», les reprende Superman en una de las viñetas finales. «Pero, ¿por qué deberíamos luchar?», responde uno, y añade el otro: «No estamos cabreados el uno con el otro». «Entonces, ¿por qué están vuestros ejércitos combatiendo?», insiste el de Krypton. «No lo sé, ¿puedes decirlo tú?», «no, ¿y tú?», comentan estos antes de que el de Marvel les inste a darse la mano.

«No resulta arriesgado considerar que, si bien es cierto que la historieta no toma partido por ningún bando, se inscribe contra las prácticas de la época de cierto número de industriales americanos, tales como Dupont de Nemours, Ford o General Motors, que se saltaron la no intervención en el conflicto español para enviar armas y material de guerra al campo franquista», asegura Matly, que se refiere a las ejecuciones de civiles y las torturas que aparecen en el cómic como «una de las características de la Guerra Civil más comentadas por periodistas y analistas institucionales de Estados Unidos entre 1936 y 1939».
Después de 1939

Con la victoria de Franco, el tema dejó de interesar y entró en un periodo de decadencia tanto fuera —lo que resulta sorprendente si tenemos en cuenta la gran cantidad de creadores republicanos que se exiliaron y podrían haber alzado su voz contra Franco— como dentro de España. «La dictadura fue uno de los periodos de silencio, pero no tanto por la censura, sino por el hecho que nadie quería comprar tebeos sobre la contienda. De hecho, se produjeron algunos intentos por parte de Falange que resultaron un fracaso», asegura el investigador francés afincado en Madrid.

La situación cambió, aunque levemente, con con la llegada de la democracia. Matly ha reunido 150 álbumes y 200 historias cortas sobre la Guerra Civil publicadas desde mediados de los 70 hasta ahora. Un total de 8.000 páginas. «Son obra de una generación de jóvenes autores que se arriesgaron a hablar del conflicto en revistas marginales y contra una tendencia en la que no interesaba el pasado y que consideraba a Franco como un pequeño dictador de provincia. El discurso de estos, además, no es revanchista, sino que tratan de alejar la contienda del presente. Una lección que seguirán después autores más maduros y más conocidos en los 80, con el objetivo de imponer el “nunca más”», aclara el autor.

En el extranjero, este crecimiento fue moderado pero constante, mientras que dentro de nuestras fronteras las historietas sobre la guerra del 36 conocerán dos momentos culminantes separados por otro de relativo silencio en los años 90. «La sociedad española pensó haber enterrado definitivamente el tema, pero fue un error, visto después el resurgimiento que produjo el conflicto después del año 2000», asegura el francés sobre esta herida abierta en la sociedad española, «tanto o más que en las últimas décadas, si se mira la publicación de cómics». Y concluye: «Lo más difícil de representar es la violencia contra los civiles por parte de ambos bandos, que representa la mitad de las bajas de la guerra, hasta el punto de que se esperó a los años 2000 y 2010 para que fuese evocado. Todavía se hace tímidamente, como es el caso de los masacres más importantes, Paracuellos y Badajoz, que apenas aparecen en los cómics».

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