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Los dos hombres se sentaron. Sobre la mesa, colocaron un té con leche y el destino de su país. Uno quería el fin del apartheid y contaba con el apoyo de la mayoría de la población. Tenía de su lado también la historia, pero el otro lideraba 40.000 almas armadas y dispuestas a un baño de sangre para defender sus privilegios. El político era negro; el militar, blanco. Casi nada parecía unirles y, aun así, decidieron hablar. Aquel día de octubre de 1993, en Johannesburgo, se conocieron, se confrontaron y se asomaron al abismo de una guerra civil a punto de estallar. Pudieron prender la mecha y, sin embargo, la apagaron. Descubrieron que compartían, cuando menos, una responsabilidad. Se entendieron.

—“Me parece que si nos lanzamos a una guerra como la que ustedes contemplan, la única paz posible será la de los cementerios”, dijo Nelson Mandela.

—“Para ser completamente sincero, estoy muy de acuerdo con su análisis”, respondió Constand Viljoen.

“Para concentrar la genialidad de Mandela no hay mejor episodio que la seducción del general. Fue el último reto, el más difícil, de su odisea: convencer a un exmilitar de extrema derecha de que era una buena idea que un negro fuera presidente”, aclara Carlin, escritor, periodista y corresponsal en Sudáfrica durante el fin del apartheid. Cuando su editorial en Francia le pidió una historia en viñetas que encerrara la grandeza de Madiba, Carlin lo tuvo claro: “Es una parábola, pero también demuestra que los seres humanos son complejos. Ese a menudo era el punto de partida de Mandela con sus enemigos”.

Tanto que el líder sudafricano hubiera comprendido incluso a Moses. Y eso que el hombre protagoniza el tebeo Mataré a Mandela (Panini Comics), dibujado en blanco y negro pero volcado en mostrar los grises de la lucha contra la segregación racial. Porque la obra, fruto de la fantasía de Gabriella Contu y el arte de Giuseppe Baiguera, se centra en un negro que comparte el fondo pero no los métodos de la lucha de Madiba. “Cree que combatir aquel sistema conlleva un precio demasiado alto”, tercia la guionista. Ambas obras se juntan en las librerías estas semanas para reivindicar con viñetas, lápices y acuarelas la leyenda del político, fallecido el 5 de diciembre de 2013.

Lo hacen, eso sí, a través de senderos distintos. Mandela y el general mezcla la relación entre los dos líderes, la cuerda cada vez más tensa en Sudáfrica a principios de los noventa y los recuerdos de Carlin. “Mi primer contacto con Mandela fue una rueda de prensa tras su liberación de la cárcel. Duró solo media hora, pero tuve la absoluta certeza de que acababa de estar ante el político más brillante que conocería en mi vida. Tenía una sonrisa de mil vatios, una enorme cortesía y la tendencia a reírse de sí mismo, por humor y también para no intimidar a la gente a su alrededor”, afirma el autor. Con Viljoen, en cambio, coincidió en un mitin de tintes hitlerianos donde el militar insistió entre vítores en que la lucha violenta era la única vía. Pocos meses después, ese mismo hombre dejaba la lucha armada y acababa en el Parlamento. Carlin se lo explica solo con “la magia de Mandela”, reforzada por la presión de Braam Viljoen, el hermano anti-apartheid del general.

En el cómic de Contu, al revés, el líder es una sombra. Mataré a Mandela está ambientado décadas antes, en la época del proceso que condenó al entonces activista a 27 años de cárcel. El viejo Moses vive en un suburbio, trabaja para un juez blanco y racista y lucha por conciliar sus contradicciones: quiere justicia para su gente, pero un recuerdo doloroso le impide apoyar la batalla de Mandela y el Congreso Nacional Africano. “En mis investigaciones no encontré a sudafricanos negros favorables al apartheid, pero sí una pequeña minoría convencida de que una oposición abierta podía empeorar las cosas. Me interesaban los matices, y cómo la historia entra en la vida de la gente común”, aclara Contu.

En realidad, desde la muerte del líder, más tebeos han rediseñado su mito. De Madiba Legacy Series a Para la libertad, pasando por Nelson Mandela. El cómic autorizado, en el que colaboró la propia fundación del expresidente, la novela gráfica ha dibujado un monumento a la memoria del político. “Mostró que la libertad y la justicia no pueden ir separadas; supo juntar el reconocimiento del otro con la exigencia de ser a su vez respetado”, asevera Contu. “Combinaba generosidad y astucia con la capacidad de meterse en la piel del enemigo. Fue capaz de convencer, en condiciones complicadas, tanto a su gente como a sus peores adversarios”, añade Carlin.

Por eso, ambos autores creen que sus cómics resultan muy actuales. El británico asegura: “En lugar de Rajoy, Mandela hubiese resuelto la cuestión catalana en una semana. Cuando veía una polarización su impulso era el de tender un puente, con pragmatismo”. En librerías de toda España y Europa, ya se puede leer esta lección. Solo falta que llegue a los Parlamentos.

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