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Entre la infancia y la adolescencia hay una tierra de nadie que no es ni lo uno ni lo otro. A ratos se es niño y a ratos joven. Incluso las dos cosas al mismo tiempo. Lo cierto es que la mente ya no está dominada por el pensamiento mágico aunque todavía no se ha caído en el lúgubre existencialismo del acné. Afinando: entre 9 y 12 años. En argot editorial les dicen middle grade. En las consultas de pediatría, preadolescentes. En las encuestas del INE y de los editores se subsumen en un grupo demográfico más amplio, que va de 10 a 14, donde se constata que se trata del momento biográfico de mayor pulsión literaria: el 70,8% se define como lector frecuente de libros. No hay más que observar la puesta en escena en librerías con torres edificadas sobre los diarios de Greg o de Nikki, las aventuras de Geronimo Stilton o el infatigable Harry Potter, que ahí seguía en 2018, 20 años después de su salida en España, entre los más vendidos.

Hay, sin embargo, algo nuevo en ese voraz grupo lector al que pertenecen 2,4 millones de españoles: la explosión de la novela gráfica. Casi un tercio de sus lecturas son cómics. Vale, los niños siempre han leído tebeos. En este país, durante varias décadas, las revistas de quiosco representaron la principal vía de entretenimiento con tiradas masivas (El Capitán Trueno llegó a vender 350.000 copias de un solo número). Una edad dorada de otro siglo. Lo llamativo es que, en estos últimos años en que las pantallas colonizan el ocio, los chicos han descubierto la ambición que puede esconder un cómic, igual que los adultos cuando cayeron en sus manos obras como Persépolis, El arte de volar o Ventiladores Clyde, herederas del camino abierto en 1978 por Will Eisner en Contrato con Dios, considerada la primera novela gráfica moderna. “La franja de 9 a 12 siempre ha estado muy presente para las editoriales, pero se hacía para ellos novela ilustrada al estilo del Diario de Greg y no se hacía cómic. O, si se hacía, eran intentos que no llegaban a cuajar”, señala Gerard Espelt, editor de Astronave, el sello fundado en octubre de 2017 por Norma. Especializada en libro ilustrado y cómic infantil, Astronave ha sacado a la calle este año 60 títulos, de los cuales un tercio son historietas.

La aparición de sellos o colecciones especializados evidencia que el mercado ha encontrado terreno para asentarse. Maeva abrió el camino en 2011 con la creación de Maeva Young, pensada entonces para álbum ilustrado y crossover y volcada en el cómic desde 2015. Y en el primer trimestre de 2020 está previsto que Astiberri, dedicada sobre todo al cómic de autor, lance una línea específica para niños y jóvenes que tendrá al frente a Marion Duc, una editora pionera en apostar por la historieta infantil en su anterior casa, Dibbuks. “Empecé en ello cuando no había ni mercado ni demanda. En 2011 publiqué Marietta porque me gustaba. Tuvo una respuesta excelente. Recuerdo que en las ferias los niños abrían los ojos como estrellas y se interesaban, pero los padres eran un freno porque preferían comprarles novelas”, recuerda. Duc opina que se ha dado un salto notable: “Hay lectores, hay secciones especializadas en librerías y noticias en prensa. Hay interés”.

Los niños leen y los padres compran. Una vez que los padres hicieron su propia transición y reconocieron a la novela gráfica como un producto literario con personalidad propia, abrieron las puertas para sus hijos. “Los padres sostenían que a un niño de 11 años no hay que darle un cómic porque hay que exigirle más texto. Esa actitud comienza a cambiar en 2016”, apunta Sonia Antón, editora de Maeva Young. Ella establece el punto de inflexión en ¡Sonríe!, la obra autobiográfica que hablaba de dentistas, brackets y familias escrita y dibujada por Raina Telgemeier, una autora que frecuenta la lista de best sellers de The New York Times. En España se tradujo en 2016 y triunfó, como antes lo había hecho en EE UU. “Da en el clavo en muchas cosas. Tiene humor y refleja una cotidianeidad estándar, que permite que cualquier niño se sienta identificado”, comenta Antón. El cómic descubrió a los preadolescentes o tal vez los preadolescentes descubrieron que el cómic tenía un lenguaje propio para hablar de sus intereses, ya fuesen los monstruos de siempre o angustias que están llegando a sus vidas, como las que recoge Svetlana Chmakova en Raritos (Montena). “A esas edades se da un cambio de personalidad, se pasa del ciclo de primaria a secundaria. Es el momento de búsqueda de tu lugar en el mundo. Son libros que pueden tener 200 o 300 páginas pero no apabullan aunque tengan mucho contenido social o sentimental”, plantea Antón.

Lo cierto es que las librerías se han ido llenando de novelas gráficas donde se bucea en temas delicados (acoso escolar, discapacidades, muerte o enfermedad) que, antes o después, también llegan a las vidas de los niños. En Francia triunfó La guerra de Catherine (Astronave), una novela juvenil de Julie Billet que adaptó al cómic Claire Fauve y que cuenta las experiencias de una adolescente judía durante la II Guerra Mundial, pero también Los diarios de Cereza (Alfaguara), una serie de aventuras protagonizada por una niña que sueña con ser escritora. Tras una exitosa vida en Francia (tanto de ventas como de premios en el festival de Angulema), su presencia en el mercado español está corriendo una suerte similar.

Que una sea Catherine y otra Cereza tampoco es mero azar. Las niñas dominan en este boom editorial. “Hay una tendencia en general de auge del feminismo y el empoderamiento de las chicas. Esto se ha visto en todos los ámbitos”, destaca el editor de Astronave. Y añade otro fenómeno interesante: “Todo vale para todos. Si hay una princesa protagonista, vale para los niños. Esto es muy reciente, hasta hace cinco años no podíamos pensar en una cubierta rosa que atrajese también a los niños”.

Y no solo ocurre porque sean autoras las que están triunfando como Cece Bell (otro Eisner por Supersorda), Victoria Jamieson, Lorena Álvarez o las citadas Raina Telgemeier y Svetlana Chmakova. También algunos dibujantes eligen la perspectiva femenina, como Riad Sattouf, uno de los referentes del cómic europeo seducido por las historietas escolares que escuchó narrar a la hija de unos amigos y que trasladó a Los cuadernos de Esther (Sapristi) al tiempo que recreaba su propia infancia en El árabe del futuro (Salamandra Graphic). “No tengo la sensación de dirigirme a públicos distintos. Algunos niños leen El árabe del futuro y lo entienden mejor que muchos adultos, y muchos mayores de 60 son fans absolutos de Esther. Leer cómic requiere una madurez que no depende de la edad”, señala en una entrevista con Álex Vicente.

Sattouf no es el único de los grandes que ha sucumbido a la atracción de los pequeños. Lo hizo Joann Sfar, en su Pequeño Vampir (Fulgencio Pimentel), José Domingo en Pablo & Jane en la dimensión de los monstruos o Ana Miralles en Wáluk (Astiberri), la serie que dibuja con guion de Emilio Ruiz. “Yo no me planteo si hago un cómic para niños o para adultos. Detrás de Wáluk hay mucho trabajo de documentación y un montón de cosas buenas. En un festival francés, un padre vino a darnos las gracias por no haberle dado un final a lo Disney: nadie muere”, cuenta Miralles. Wáluk es una de las contribuciones españolas a la corriente del cómic infantil. Se ha publicado también en EE UU, Brasil y China. Lo que ocurrió con las aventuras del osezno español en Francia acaso será una oportuna síntesis del idilio entre viñetas, niños y negocio. En 2011 la editorial francesa Dargaud rechazó el álbum porque carecía de colección infantil. La misma editorial que ahora publicará toda la serie en dos tomos.

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