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En el bando franquista estaban Flecha, Pelayos o Chicos. Y en el republicano, el Soldado Canuto, el Pionero Rojo o Pocholo, tan graciosos todos ellos en medio de la tragedia. Porque cuando España saltó por los aires aquel 18 de julio de 1936, hasta los personajes de cómic se atrincheraron con sus colores y sus viñetas para combatir en la Guerra Civil. Y eso que, no parecía, a priori, el tema ideal para protagonizar estas historietas con los vecinos enfrentados, las divisiones entre los amigos, el exilio de familiares, las ejecuciones en ambos bandos, los chivatazos, el hambre y las diferencias políticas y económicas.

No estaba el país para chistes, pero allí estaba una de las primeras viñetas en blanco y negro de «Flecha», uno de los cómics favoritos de los sublevados, en la que aparecía representado un camión repleto de simpatizantes republicanos con la bandera de la hoz y el martillo y el epígrafe: «Marchan a España los rojos con un poco de canguelo, presintiendo los pobretes que les van a dar pal pelo». O el número 25 de «Pelayos», que incluía una historieta titulada «Un miliciano rojo», en la que aparecía un hombre con cara de monstruo que comentaba con mofa: «Tengo sed de robar y asesinar. Por algo soy rojo». Y que al final acababa huyendo de un perro rabioso que le mordía el trasero.

El primero de estos cómic había nacido en enero de 1937 y presentaba al enemigo más ridiculizado que odiado. Es el caso de la serie «El Flecha llamado Edmundo vence siempre a todo el mundo», donde un héroe falangista sacaba partido de la estupidez o las borracheras de los milicianos, que estaban simbolizados por personajes como «Paco el Tuerto». El segundo de los cómic, «Pelayos», que estuvo en los quioscos desde las Navidades del 36, caricaturizaba al adversario como un animal cruel que torturaba y asesinaba a mujeres y ancianos.

Estos tebeos surgieron tras la conquista de San Sebastián, donde los franquistas pudieron hacerse con mejores imprentas para sacar a la luz estos y otros personajes defensores de ideas como la resurrección de España bajo la dirección de Franco, que criticaban los ataques contra la unidad de España y las misiones de los republicanos como supuestos agentes de Moscú. Armas, en definitiva, que no mataban, pero que entretenían y convencían en un país que tenía una tasa de analfabetismo por encima del 30%.
«Pionero rojo»

Era evidente que los mensajes entraban mejor con las viñetas que con extensos y farragosos textos políticos. Algo que los republicanos sabían muy bien, puesto que las imágenes tuvieron ya una importancia considerable como herramienta de propaganda antes de la guerra por influencia de la URSS. Por eso, nada más producirse el levantamiento, surgieron historietas como «El Pueblo en Armas» (1937), considerada por los críticos como uno de los mejores tebeos políticos de la República durante la Guerra Civil. O el «Pionerín», un cómic en el que colaboraron niños que, mediante viñetas sencillas, daban rienda suelta a su percepción de la guerra. Eso sí, siempre contraria a la sublevación.

Otro buen ejemplo fue el «Pionero Rojo: semanario de los niños obreros y campesinos». Se trataba de una historieta con un valor artístico menor, pero que contaba con un carácter político mucho más pronunciado. En su número 6, a un precio de 15 céntimos, se podía leer el siguiente episodio con dibujos llenos de acción y un tono mucho más serio: «¡Los fascistas atacan! Las fuerzas del ejército proletario se aprestan a la lucha. Marco recorría la carretera a toda velocidad, cuando observó a sus espaldas un auto más veloz que le perseguía. Viéndose perdido, no vaciló: frenó y sobrevino el choque. Marco resultó mortalmente herido. Al despertar se vio rodeado de dos amigos y, antes de morir, les confío un mensaje: los dos pioneros pudieron burlar la vigilancia de los fascistas y llegaron a un buque de guerra. Gracias a su valor, la aviación roja se elevó para dar su merecido a los fascistas, vengando a Marco y a tantos otros».

Eran estos los primeros cómics que abordaron de una forma u otra aquel conflicto fratricida. En «El cómic sobre la Guerra Civil» (Cátedra, 2018), Michel Malty cifra en unos 500 las historietas publicadas desde entonces hasta hoy. Una producción comparable a la dedicada a la Primer Guerra Mundial o a la guerra de Argelia, pero muy inferior si la comparamos con la que trata la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Corea. Pero es especialmente significativo el dato de que 350 de ellas fueron, sin embargo, realizadas a partir de 1970. Según Malty, «el cómic español durante los tiempos de la Guerra Civil sigue siendo un mundo a explorar. Primero, porque la época se vio marcada por el florecimiento de cientos de títulos con una vida generalmente corta. Y después, porque muchas de aquella publicaciones se dispersaron y solo se encuentran hoy algunas que, por milagro, han sido preservadas».
«Historia del Movimiento Nacional»

Más allá de las trincheras ideológicas, una de la que series más reseñables por su continuidad en el tiempo fue la insertada dentro del semanario «Pelayo», conocida como «Historia del Movimiento Nacional». De ellas se publicaron dos páginas por número desde el nacimiento de la revista cinco meses después del levantamiento, hasta su desaparición en enero de 1939. Un total de 182 páginas que conformaban un formidable reportaje de guerra, en el que se podía seguir semanalmente la conquista del País vasco, la batalla de Brunete, la llegada de los franquistas a Valencia o los enfrentamientos en el Alcázar de Toledo. Todo ello aderezado, eso sí, con personajes con una fuerte carga emocional contrarios a la causa republicana y enemigos como el «rojo separatista» o el «mal católico». De hecho, ya en el segundo número podía leerse una afirmación como esta: «El 14 de abril de 1931, un grupo de malos españoles proclaman en nuestra patria la República».

«Los nacionales fueron quienes utilizaron mejor y mayormente las “armas de papel”, con y sobre los niños, hasta alcanzar altos niveles de eficacia sobre la moral de la propia retaguardia y en el ataque virulento al enemigo. Mientras que los republicanos, aparte de casos concretos y sin continuidad, cuidaron y respetaron a la infancia, siempre dentro de la relatividad que imponía la guerra civil», defiende Antonio Martín en su ensayo «Las revista infantiles Falangistas en la guerra de papel de la propaganda. España, 1936-1939» (UCM).

Se refiere el autor a que los cómics editados en la zona republicana se esforzaron, principalmente, en luchar con sus viñetas por las malas costumbres de los combatientes, por criticar la falta de higiene y el alcoholismo de estos y por enseñarles el respeto por las armas y la disciplina. Ahí estaba, por ejemplo, el «Soldado Canuto», que se hizo muy popular entre las tropas y sus historias fueron reunidas en tres volúmenes bajo el título: «Hay que evitar ser tan bruto como el soldado Canuto».

Sin embargo, no fueron todo buenas maneras por parte de las revistas republicanos. Algunas echaron mano de la violencia hasta límites muy poco ejemplarizantes. En una historieta titulada «Relato del frente», publicada en abril de 1937, la revista infantil «Mirbal» incluía una viñeta en la que podía verse a un niño satisfecho al presenciar cómo fusilaban a un «fascista». En la misma época, el «Pionero» representaba a unos niños que juegan a ejecutar a un amigo que se encuentra en una pared con la etiqueta de «faccioso». Mientras que el cómic de «Pocholo» se esforzaba por tratar de la manera más realista posible los primeros meses de la guerra, en series como «El pueblo en armas: escenas de la revolución y la lucha antifascista».

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