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Matar no es un crimen. Matar es un arte”, dispara desde las viñetas de la primera página el protagonista de Yo, asesino(Norma editorial), donde el crimen en serie no hunde sus raíces en la locura o algún pecado original porque Enrique Rodríguez es un reputado profesor de Historia del Arte que lleva sus prospecciones teóricas sobre la crueldad en el arte hasta la ejecución material. El guionista Antonio Altarriba (Zaragoza, 1952) catapultó sobre la obra buena parte de su experiencia biográfica como catedrático de Literatura Francesa en la Universidad del País Vasco durante 38 años, aunque no precisamente los elementos más macabros. “Los amigos comienzan a mirarme con prevención... así que esos ratos en los congresos en que desaparecías...”, bromea.

En su ficción, el historiador mata aprovechando sus desplazamientos por razones académicas. Mata desde la primera página, a un despreocupado paseante de la calle Preciados, en Madrid, en el paréntesis de un congreso internacional sobre arte del Renacimiento y el Barroco, que se ubica en el Círculo de Bellas Artes. La novela gráfica, escrita por Altarriba y dibujada por Keko, ha recibido una gran inyección de autoestima, ya que ha merecido el Gran Premio de la Crítica 2015, que concede la Asociación de Críticos y Periodistas de Cómic de Francia. Es la primera vez en la historia del galardón, creado en 1984, que recae en dos españoles, aunque el álbum ha sido producido originariamente para la editorial francesa Denoël, que lo publicó en septiembre, dos meses antes de que saliera la versión española. Los autores recibirán la distinción en el próximo Festival Internacional de Cómic de Angulema, donde también compiten en la categoría de mejor álbum de serie negra.

Altarriba, Premio Nacional de Cómic en 2010 por El arte de volar, donde plasmó la historia de su padre junto al dibujante Kim, comenzó a construir el guion a partir de su reflexión sobre los asesinos en serie reflejados en películas y series de televisión. “En las novelas policiacas de los treinta o cuarenta, el delincuente tiene unas motivaciones, que pueden ser los celos, la ambición o pasiones que hacen saltar por los aires las normas sociales y convencionales; es uno de los nuestros. Pero ahora ha cobrado un papel importante el asesino en serie, el trastornado, que no mata por un motivo o lo hace por un trauma. No es uno de los nuestros. Y todo coincide con una época de buena conciencia, libros de autoayuda y corrección política donde la moral dominante hace que tengamos muy buena conciencia de nosotros mismos. Me pregunté qué pasaría si el asesino en serie fuese uno de los nuestros, una persona con una vida cotidiana”.

Y así nació Enrique Rodríguez, el especialista en arte y dolor que mata a corta distancia sin atisbo de empatía aunque se conmueve cuando otros asesinan en su hábitat (el atentado contra Fernando Buesa y su escolta, el ertzaina Jorge Díaz, en el campus de Vitoria). “En este mundo”, reflexiona el asesino, “matar por nada constituye, en el fondo, una acción pacifista. Al menos, mucho más honesta que matar por la patria”.

La opresión política y violenta del País Vasco anterior al alto el fuego indefinido de ETA es una parte esencial del cómic, un medio que está registrando una especial atención al conflicto vasco en los últimos tiempos, como evidencian Las oscuras manos del olvido, de Felipe Cava y Bartolomé Seguí, y He visto ballenas, de Javier de Isusi, que compite en Angulema en la categoría de mejor obra.

Esa atmósfera represiva en el seno de la universidad sí procede de la experiencia directa de Altarriba, que sufrió acosos menores (como pintadas) del entorno abertzale universitario. “Los profesores no responden a figuras reales, pero los comportamientos como las intrigas en la agencia que nos evalúa o el conflicto vasco, sí. Yo he convivido con gente así”, señala Altarriba, que ya trabaja en su próximo proyecto, La madre manca, un rastreo en la biografía de su madre, que complementará El arte de volar.

El álbum ha sido doblemente desafiante para el dibujante José Antonio Godoy Keko (Madrid, 1963), tanto por razones de peso (Yo, asesino tiene 134 páginas, casi el triple de las obras que había ilustrado hasta ahora) como de contenido. “Tengo fama de tener gusto por lo rancio, y en este trabajo he tenido que hacer cosas que odio como dibujar coches o ropa de ahora”, ironiza el autor de 4Botas, triunfadora del Salón del Cómic de Barcelona en 2002.

Keko dibujó el cómic en blanco y negro —sus variaciones de claroscuros sobre una misma viñeta crean desasosegantes ambientes— e introdujo toques de color rojo, a sugerencia del editor francés, “a modo de balizas de señales para centrar la atención del lector”.

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