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“No podemos luchar contra la muerte. Un hombre que pelee dignamente, con lealtad, desaparecerá con la muerte de todas maneras”. Así se expresaba el legendario mangaka Yoshiharu Tsuge (Tokio, 1937) en una entrevista en 1987. Tsuge es el artífice de las obras más singulares del manga, incorporando elementos surrealistas, filosóficos y netamente poéticos. “Quizás Tsuge sea representativo del hombre medio japonés que, de repente, tuvo que lidiar con una transformación política y social de gran calado”, explica Donatella Iannuzi, editora de Gallo Nero y responsable de que El hombre sin talento —una de las obras maestras del subgénero gekiga (manga underground dirigido al público adulto)— haya sido traducida por fin al español.

El hombre sin talento, publicada en Japón en 1985, puede asociarse a la constelación de obras literarias que tienen en el centro de su relato la apatía como forma de protesta silenciosa. Bartleby, el escribiente, de Melville, o El hombre sin atributos, de Robert Musil, serían algunos ejemplos. La obra de Tsuge destaca por su estilizado plumeado, su calidad literaria y su profundización en el desasosiego del Japón posbélico. El protagonista es un trasunto del propio Tsuge: Sukezo Sukegawa, un autor de éxito que decide apartarse del mundo para dedicarse a vender piedras. También Tsuge dejó el manga y abrió sin éxito un pequeño comercio en el que vendía cámaras de segunda mano. De igual modo, el niño sufriente que aparece en el libro se inspira en la terrible infancia del autor: su madre le obligó a ver a su padre cuando lo encontraron muerto en la habitación donde guardaban los futones. Tras el bombardeo que asoló Tokio el 10 de marzo de 1945, evacuaron al joven Tsuge. Fue a partir de ese momento cuando una grave eritrofobia lo empezó a dominar. A Tsuge le dolía el más leve contacto con otras personas pero nunca se convirtió en un misántropo, más bien, en un existencialista: “Un ser humano como yo no está adaptado al mundo en que vivimos. Si me puse a leer es porque me era difícil vivir, y me preguntaba si existiría una forma de vida más sosegada”.

El autor amaba a los vagabundos, monjes, prostitutas, leprosos, masajistas ciegos, peregrinos… es decir, a todos aquellos marginados que permanecían en la frontera entre la vida y la muerte. También él quiso vivir voluntariamente en ese abismo algún tiempo: “Como tengo que vivir, porque no puedo morir, pensé en una forma que me permitiera continuar con mi vida, y no veo otra que siendo mendigo o ermitaño. Dos modos de vida que son una preparación para la muerte”. A comienzos de los ochenta, una retinitis le dejó ciego del ojo izquierdo. Años antes, una severa neurosis, heredada de su padre y trasladada a su hijo —que en 2000 comienza a desplegar los síntomas del hikikomori (jóvenes que se encierran y viven en sus habitaciones)— contribuyó a su desistimiento por el manga y su ingreso periódico en psiquiátricos, acelerando su obsesión por evaporarse. En El hombre sin talento, el vendedor de libros viejos, Yamai, habla precisamente del método de la fuga y lo asocia a la postura bartlebyana: “Es como esa actitud tuya de ocultar tu talento”, le espeta al protagonista Sukegawa. La evaporación proviene de los textos budistas que Tsuge leyó profusamente. El protagonista de El hombre sin talento afirma su verdadera pretensión: “Dejar de ser para volver a ser”. “Puede parecer una derrota vital no subirse al tren del gran boom económico, pero si se mira bien, en el caso de Tsuge, ha sido un ejercicio de resistencia y de amor propio”, sostiene Iannuzi.

El hombre sin talento, editado ahora en su formato original —lectura de derecha a izquierda—, es un manga que traspasa los límites del género para convertirse en un clásico de la literatura que aborda temas universales, como el hombre consciente de su fracaso que se enfrenta a la soledad.

En 1987, Tsuge publicó su última obra, Despedida. Jamás ha vuelto a dibujar, permanece ajeno a los nuevos caminos de su obra y vive recluido en algún lugar de Japón, detestando la gran industria en que se ha convertido el manga. “Quiso retirarse como se retiran los hombres inteligentes y coherentes con sus ideas”, asegura Iannuzi. La última frase de un artículo titulado Historia de una evaporación, que Tsuge publicó en 1969, se antoja certera para dilucidar su estado: “Tengo una mujer y un hijo, los días pasan tranquilos, pero desconozco de dónde vengo y, quizás, todavía siga evaporándome”.

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