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A Israel Gómez, ‘El Irra’ (Sevilla, 1979), los libros de ficción, dibujar historias y las películas de Luis Buñuel o Paul Verhoeven le salvaron de caer en la drogadicción que tenía a derecha e izquierda de la puerta de su casa. Criado en uno de los barrios más pobres de España, en ‘La Esquina del Gato’, en el municipio sevillano de San Juan de Aznalfarache, este dibujante podría haber acabado como muchos de sus amigos de infancia, con los que jugaba a fútbol en un descampado al que iban los toxicómanos a inyectarse la heroína: “Yo no tengo una visión romántica de las drogas porque he visto cómo se le iba vaciando la mirada a la gente de mi barrio”, dice este ilustrador autodidacta que acaba de publicar ‘Palos de ciego, su primera novela gráfica, editada por Astiberri, una de las editoriales españolas de referencia en el mundo de la ilustración.

‘El Irra’, que terminó la EGB a duras penas y se matriculó en una formación profesional en Artes Aplicadas, “la carrera de Bellas Artes de los pobres”, ha trabajado de cerrajero, de reponedor de supermercado, de camarero en la Costa del Sol y cargando y descargando camiones para poder financiarse su gran sueño: “Contar historias de barriobajeros desde la dignidad y no desde la mofa”.

Desgraciadamente, el trabajo no le permitía dibujar y pensar en sus historias, por lo que, tras ganar dos premios consecutivos del Instituto Andaluz de la Juventud (IAJ), decidió darse una oportunidad y dedicarse a lo que mejor sabe hacer. “Los premios a mí me han servido para recordarme que tengo talento, algo que pensaba que no tenía porque nadie me lo decía”, relata con cara de sentirse eterno perdedor por haber nacido en un barrio donde no se regalan los sueños.


"Me han dado la espalda por no ser hijo de papá"

Tras el impulso, comenzó a colgar sus cómics en las redes sociales, con tan buena suerte que los vio el dibujante David Rubín, toda una institución en el sector, quien, fascinado por la verdad, originalidad y autenticidad de ‘El Irra’, trasladó el trabajo a la editorial que finalmente ha publicado la primera obra gráfica de este sevillano orgulloso de ser ‘barriobajero’ y que ahora por fin se dedica en cuerpo y alma a lo que nunca pensó que pudiera dedicarse: “Mis padres no me podían financiar una estancia en Barcelona para formarme, que es donde está la meca del cómic”, resalta, a la vez que denuncia que “los medios especializados y la parte académica del cómic me han dado la espalda por no ser hijo de papá”.

Con un acento muy andaluz, aunque no localista, canalla e irreverente, Jesús, el protagonista de ‘A palo seco’, va sorteando el paro, la violencia, las drogas y las adversidades que padecen cada día quienes viven en barrios abandonados por las instituciones y estigmatizados por los grandes medios de comunicación, donde se culpa a los pobres de ser pobres. En realidad, Jesús, el personaje de ‘Palos de ciego’, bien podría ser ‘El Irra’, el joven que hoy pasea por su barrio recordando la dureza de crecer entre violencia, tráfico de drogas, paro, pobreza y desigualdad y que, sin embargo, se niega a irse de su barrio o contribuir al discurso de odio hacia su gente.

Este “barriobajero orgulloso” ha decidido retratar a su barrio en su primera novela gráfica porque “en el mundo somos más pobres que ricos” y siente que tiene la obligación de dar a conocer la realidad de los barrios de extrarradio, sin caer en moralismos, ni en maniqueísmos de buenos y malos. “El problema de mi barrio no es la gente que vive en él, sino el olvido que sufre de las instituciones”, subraya.

"La gente de barrio somos luchadoras"

Su único objetivo es visibilizar una realidad demasiadas veces ocultadas por las instituciones y el discurso dominante. “La gente de barrio somos luchadoras, nadie nos regala nada, vivimos de nuestro trabajo y nos ayudamos unos a otros cuando vienen mal dadas”, asegura mientras pasea por calles comidas de basura, bloques de piso que llevan años sin pintarse, corrillos de mujeres en pijama y zapatillas que lo saludan a su paso, ropa tendida en los balcones, niños que juegan tirados en el suelo y jóvenes que cantan flamenco en la calle.

En una de éstas, ‘El Irra’ se detiene para contar cómo un coche, que se dio a la fuga en una redada policial, se estrelló a escasos metros de su casa, que ya previamente había sido desvalijada dos veces por vecinos que tenían problemas con las drogas. “Aquí volaban los helicópteros de la policía en los tiempos duros de la droga”, recuerda. “No hay trabajo ninguno, quitando los quince días al año que te contrata el Ayuntamiento para barrer las calles del pueblo”, se queja señalando a un grupo de chavales ociosos en el parque del barrio.

A ‘El Irra’ le gustaría que su cómic llegara a muchas manos, especialmente a los barrios olvidados y a los colegios, y que los niños y jóvenes encuentren en él un empujón para superarse y no caer en el abismo en el que han caído muchos amigos y vecinos de este dibujante ‘outsider’ que ya está trabajando en su segunda obra, que versará sobre un reponedor de supermercado que tiene alucinaciones en el trabajo para escapar de la realidad. “No aspiro a contar historias de niños pijos de Simón Verde –urbanización de clase alta a las afueras de Sevilla-, sino a darle protagonismo a los currelas, a mi gente. No puedo ni quiero esconder de dónde soy. Me siento muy orgulloso”, sentencia con dosis de dignidad y ternura imposibles de comprar con todo el dinero del mundo.

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