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"Mi padre me dijo que podía matar todos los grajos que quisiera, si les daba. Pero que no olvidase que matar a un ruiseñor era un grave pecado. Porque los ruiseñores no hacen otra que cantar para regalarnos el oído. No picotean los sembrados, no entran en los graneros a comerse el trigo... no hacen más que cantar con todas sus fuerzas para alegrarnos". Atticus —interpretado por Gregory Peck—, en la película Matar a un ruiseñor (1962), daba una lección que 56 años después podría seguir aplicándose con humoristas y titiriteros.

Un cómic recupera esta historia, originalmente publicada en 1960 por Harper Lee, una autora que, queriendo narrar su infancia, acabó radiografiando el Alabama de los años 30 y aportando su granito de arena para que los conflictos raciales, las debilidades de la justicia y los prejuicios de la época quedaran para siempre fotografiados en una de las grandes obras de la cultura contemporánea.

La novela gráfica se nutre de la estética de la película dirigida por Robert Mulligan, pero aprovecha su formato para trasladar de una manera más precisa —en ocasiones literal— los diálogos del libro. Para no mandar un mensaje descontextualizado, el entintado y el esquema de las viñetas es clásico, con tonalidades cálidas, para que las escenas jueguen a evocar algo de nostalgia.

¿Qué sentido tiene adaptar un clásico de la literatura y un clásico del cine a un cómic? Por verle el lado honrado, la mayoría de las nuevas generaciones no van a ver películas en blanco y negro ni se van a ir cien años atrás para leer un libro. Un cómic puede colaborar a perpetuar el mensaje.

Reviviendo Matar a un ruiseñor, ahora en otro formato, es imposible no sentir dolor al comprobar la inmovilidad de los prejuicios. Atticus Finch, el único abogado honrado de todo Monroeville (Alabama), tuvo que ver como a los negros se les estigmatizaba en un jurado pese a tener todas las pruebas a su favor. Asumió que la justicia derrotaría a la igualdad, una sensación que en ocasiones vuelve a flashazos. ¿A quién creen los jueces en cuestiones de violencia machista? ¿Quién importa más, la banca o el hipotecado? ¿Es igual ante la ley un político y un obrero? Matar a un ruiseñor defiende que la ley debe ser laxa cuando los desprotegidos se sientan en el estrado, pero bajo ningún concepto debe convertirse en una gincana.

Solo un puñado de obras de arte sobreviven al paso del tiempo, y muchas veces es gracias a las preguntas que formulan. Matar a un ruiseñor añora un futuro mejor. La revisión de esta historia te vuelve a cuestionar si alguna vez pasaremos página.

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