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Los cuatro grandes padres de la patria estadounidense son George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt. A este último, el único que conquistó el despacho oval de la Casa Blanca en cuatro ocasiones, lo recordamos en silla de ruedas, debido a las secuelas de la poliomielitis.

Se trata de una infección vírica conocida desde las primeras civilizaciones. El testimonio más antiguo que disponemos es una estela fechada en el siglo XIV a. C. en la que aparece un sacerdote egipcio -llamado Rom- con la atrofia muscular en una de sus piernas.

La parálisis y atrofia de la musculatura son las consecuencias derivadas del daño que produce el virus de la polio a nivel de la médula espinal, concretamente en las motoneuronas localizadas en el asta anterior.
La enfermedad del Capitán América

En 1940 nació en la factoría Marvel un patriótico superhéroe americano, el Capitán América. Ataviado con las barras y las estrellas, el nuevo héroe iba ataviado con un antifaz y un escudo indestructible, fabricado de la aleación de un metal extraterrestre –adamantium- y de otro que tan sólo se encuentra en África –vibranium-.

En muy poco tiempo el superhéroe consiguió conquistar el corazón de los norteamericanos. Hay que reconocer el acierto y la valentía de la editorial, porque ya en el primer número de la larga serie se nos presenta al protagonista -Steve Rogers- como un joven débil y frágil.

No en balde será rechazado para incorporarse como voluntario en el ejército de los Estados Unidos, ya que su cuerpo no es apto para la guerra, debido a que sufre una discapacidad provocada por la infección del virus de la poliomielitis.
El paralelismo con la realidad

Esta historia no era ajena a la sociedad norteamericana, la había sufrido en sus propias carnes. En el verano de 1916 hubo una gran epidemia de polio que causó en Estados Unidos más de 27.000 muertos. Se estima que sólo en la ciudad de Nueva York afectó a casi 9.000 mil personas y se cobró la vida de otras 2.000.

Muchos de los que sufrieron las secuelas de aquella epidemia leían ahora, acomodados en una silla de ruedas, las aventuras del superhéroe, estando impedidos para servir a su país en la Segunda Guerra Mundial.

Recordemos que el ataque a la base de Pearl Harbour se produjo en diciembre de 1941, un año después de que el Capitán América irrumpiera en las librerías estadounidenses. Otro dato nada desdeñable es que según el comic Steve Rogers había nacido en 1917.

A pesar de que Rogers había sido rechazado inicialmente por el ejército, rápidamente contactó con él un alto mando, el general Chester Philips, que le ofreció participar en la operación ReBirth –volver a nacer- que consistía en administrarle un suero milagroso que le devolvería la vitalidad.

Después de aquel supuesto tratamiento experimental se produjo el milagro, Rogers se convirtió en un joven nuevo, con fuerza, resistencia y agilidad insuperables. No sólo había conseguido recuperarse de las secuelas de la poliomielitis sino que, además, se había convertido en un superhéroe.


El científico que hizo posible el milagro real

En la década de los cuarenta un científico, Jonas Salk (1914-1995), estaba investigando una vacuna contra la poliomielitis, que finalmente vio la luz, con los primeros resultados exitosos, en 1952.

La vacuna se administraba de forma inyectable y se basaba en tres variedades del virus de la polio, cultivadas en el mono e inactivadas con formol. Inicialmente, la vacunación se realizó en voluntarios sanos, entre los que se encontraron el propio Salk, su mujer y su hijo. Gracias a la factoría Marvel hubo menos reticencias de las esperadas en la vacunación.

La campaña de vacunación fue un éxito y la incidencia de epidemias comenzaron a descender de forma vertiginosa: Salk se había convertido en un héroe nacional y como tal procedió. El científico rechazó patentar y mercantilizar su vacuna, no deseaba obtener réditos económicos, lo único que ambicionaba era salvar al mayor número de personas de la infección y, por ende, de sus espantosas secuelas.

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