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Tintín acomete la penúltima de sus aventuras: contar a su manera las relaciones y el puesto de su padre, Hergé (Georges Remi, 1907 - 1983), en la historia del arte contemporáneo.

Hace apenas diez años, el Centro Pompidou contó las aventuras de la entrada triunfal del cómic, la historieta, en la historia del arte contemporáneo, a través de Hergé. Mucho antes, el Instituto Valenciano de Arte Moderno (Ivam) de Juan-Manuel Bonet consagró el puesto de Tintín en la historia del arte ¿popular? ¿pop? El «Tintín - Hergé» de Fernando Castillo, prologado por Luis Alberto de Cuenca, data de 2011. Casi fue ayer.

Antes y después de esas fechas liminares hubo incontables referencias cosmopolitas a la pareja Hergé - Tintín, coincidiendo con la publicación «definitiva» de una obra que ha continuado creciendo en muy diversas direcciones.

Relaciones «padre» e «hijo»
La gran retrospectiva de la temporada, «Hergé», comisariada por Jérômee Neutres, director de estrategia y desarrollo de la Reunión de los Museos Nacionales, y Sophie Tchang, conservadora en el Museo Hergé, propondrá, a finales de mes, en el Grand Palais, otro proyecto ambicioso: reconstruir las relaciones de «padre» e «hijo» con la historia del arte contemporáneo.

Los grandes especialistas han contado con mucho fervor las relaciones de la pareja con la historia del siglo XX, incluyendo algún capítulo español. Una temprana visita de Hergé a España, como «scout». Seguiría una magna estela de acontecimientos muy mayores. La mirada de Hergé - Tintín no está exenta de ambigüedades. Pero son raros los grandes creadores capaces de afrontar inmaculados tan convulsas peripecias.

Mucho menos conocidas son las relaciones de Hergé con el arte contemporáneo, como coleccionista, como creador, como «agitador», como «cronista», como pintor finalmente devorado por el dibujante de historietas. El padre de Tintín «mató» al dibujante y pintor que Hergé llegó a ser, sin atreverse a «abandonar» su carrera de autor de cómic / historietas de genio para consagrarse a la pintura «noble», evidentemente «informalista», «abstracta lírica» y cosas de ese tipo que se llevaron durante los años 60 del siglo pasado.

La última obra de Hergé
Anticipándose con mucha ironía a los futuros estudiosos de su obra, la obra última e inconclusa de Hergé, «Tintín y el Arte-Alfa» (1986), tiene mucho de «testamento» y reflexión crítica, mordaz, sobre la marcha de los negocios artísticos de nuestra civilización.

El Emir de ese álbum comienza por confesar a su interlocutor, Thomas d’Hartimont: «He venido a Europa, de compras. He propuesto a gobierno británico comprarle el castillo de Windsor, que yo habría reconstruido en Wadesdah. A pesar de sus dificultades presupuestarias, no quisieron venderme ese castillo. En Francia he recibido la misma respuesta, cuando propuse comprar Versalles y la Torre Eiffel. Solo encuentro incomprensión. Incluso he ofrecido una suma considerable por una refinería recientemente construida en París, para hacer de ella un museo».

Horrorizado, Thomas d’Artimont le pregunta al Emir: «¡¿Habla usted del Centro Beaubourg / Pompidou, Excelencia…?!». «Sí».

Profecía cumplida
En esas estamos. Veinte años después, la profecía se ha cumplido. Parcialmente, al menos. El Museo del Louvre abre una «sucursal» en Abu Dabi. Y el Pompidou alquila sus fondos a quien pague uno o varios millones de euros anuales.

Esa visión muy cruda de la marcha del museo de arte contemporáneo, convertido en «refinería», factoría industrial destinada al reciclaje de los petrodólares, en el mejor de los casos, tiene en Hergé rostros paralelos, más convencionales.

Se descubrió muy tarde, en el domicilio de la primera esposa de Hergé, una obra de Magritte, una pieza mayor en la colección personal del padre de Tintín. Con los años, Hergé confirmó un gusto muy ecléctico, comprando obra de autores tan diversos como Lucio Fontana, Dubuffet o Andy Warhol, que llegó a retratar al padre de Tintín de manera más o menos convencional.

Coleccionista ecléctico, Hergé pudo ser un pintor abstracto / lírico. Y llegó a dejarse «tentar» por «vía» de trabajo que no llegó a imponerse. La delicadeza e ironía de ese Hergé secreto y mal conocido recuerda la ironía y delicadeza de Paul Klee, por momentos.

Ese Hergé «oculto» y sepultado en la tumba de lo inexplorado se «expresa» a través de Tintín, el viajero eternamente joven, descubriendo y dialogando con el arte de otras civilizaciones, entre la admiración y la ironía, aventura tras aventura. Los tesoros que el viajero descubre, a salto de mata, de civilización en civilización, poseen la luz inmaculada que no tienen las factorías donde el Emir de Hergé pretende reciclar sus petrodólares comprando arte contemporáneo.

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