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Antes de que el edredoning llegara a nuestras vidas, de que los tacones de aguja se colasen en la información del tiempo y de que las influencers pusieran morritos; antes de todo eso, Milo Manara ya había excitado a unas cuantas generaciones de lectores, confirmando que el mejor artefacto para despertar la sensualidad... es un lápiz. «Dibujar es muy parecido a hacer el amor, porque supone apropiarse de cada milímetro de un cuerpo», confiesa el legendario historierista italiano, que ha esbozado a cientos de mujeres (Jolanda de Almaviva, Claudia Cristiani, Sandra F., Miele...) con la finezza de un cartógrafo.

El maestro del cómic erótico cumple ahora 50 años de carrera, y su trazo esbelto puede disfrutarse bien como vestigio de un tiempo en el que un pezón al aire no equivalía a escándalo, bien como enmienda a esta era de ultracorrección política.

«Creo que es inevitable que se produzca una vuelta a la censura. Veo una recesión que se explica por la tendencia de los medios de comunicación a ser globales y buscar audiencia en países en los que la sensibilidad es diferente a la nuestra», comenta el autor en conversación telefónica desde su estudio, un antiguo palomar desde el que divisa los tejados de Verona.

Allí, Manara (73 años) despacha como puede las entrevistas y homenajes que estos meses le alteran su rutina frente a la página en blanco. En diciembre la galería El Arte del Cómic organizó su primera exposición en Madrid; en enero el festival BD de Angulema -meca del tebeo en Europa- le dedicó una gran retrospectiva. Y este mismo fin de semana el Salón de Barcelona le acoge como invitado.

Lo virtual ha desplazado a lo corpóreo en este mundo lleno de pantallas. ¿Cómo se maneja usted?
Vivimos en una sociedad extraña en la que tocar se ha convertido casi en un tabú. Me parece una paradoja.

Asegura que lo más difícil de dibujar en una mujer desnuda es la mirada. ¿Por qué?
Porque todo el secreto del erotismo está en los ojos. Son la inteligencia, la seducción. Siempre que dibujo una mujer vista desde atrás intento que su cabeza esté ligeramente girada para que al menos se le vea un ojo. La mirada es fundamental.

En la saga El clic, publicada a partir de 1984 (Norma Editorial), el visionario Manara imaginó cómo un chip cerebral activaba el deseo sexual de una muchacha. Así se convirtió en superventas internacional este hijo de la posguerra nacido en la frontera de Italia con Austria. Un tipo excepcionalmente dotado para las artes plásticas que primero había trabajado como asistente del escultor español Miguel Ortiz Berrocal, cuya esposa le descubrió a Barbarella y otros hitos comiqueros, y después se matriculó en la carrera de Arquitectura.

Entonces, años 70, cuando en la universidad se alternaban Roland Barthes y la ayahuasca, su producción se ensanchó hacia lo político. Como estudiante-activista firmó carteles para el grupo socialista Milagro y alguna denuncia sobre los abusos del capitalismo en la serie Il Montatore.

¿Qué le atrajo entonces del formato póster?

El hecho de que podía tener, digamos, un papel activo en la sociedad. Me daba la impresión de que lo que hacía como pintor no le interesaba a nadie, que el arte era un espacio aislado. En cambio, como dibujante de pósters -o de cómics- me podría ver o leer cualquiera.

¿Volvería a hacer ese tipo de trabajos en la Italia de la Liga Norte y el Movimiento Cinco Estrellas?

Ahora la sátira política ha sido superada por la realidad. Se hace sola.

Diseñador de cascos para el piloto Valentino Rossi y creador invitado en el universo de los X-Men, Manara no sólo se ha interesado por los secretos de la anatomía femenina. También se ha dejado llevar por la aventura clásica (HP y Giuseppe Bergman), las intrigas históricas (Los Borgia, Caravaggio) y el poder de manipulación de la tele (Revolución). Ahí quedan colaboraciones con otros gigantes como Federico Fellini, al que acompañó en sus tres últimos rodajes, Alejandro Jodorowsky o Hugo Pratt, su mentor y amigo.

El padre del marino Corto Maltés le escribió el guión de dos de sus títulos más destacados: Verano indio y El gaucho. Pratt abordó una y otra vez el encuentro entre civilizaciones.

  ¿Qué cree que pensaría sobre lo que está pasando con los inmigrantes en el Mediterráneo?

Vería que el mundo, tal y como está, no puede seguir avanzando. Gente que arriesga la vida para llegar a Europa, que atraviesa a pie Centroamérica para llegar a EEUU... Es un mundo insostenible. Hay falta de confianza en la manera de afrontar el futuro. Ya no lo esperamos con alegría y serenidad, sino casi con miedo. El fenómeno de la emigración es el resultado de la desigualdad. La sociedad está gestionada por el dinero, y necesitamos que la gestionase la política, pero no tiene la fuerza que haría falta, al menos en el ámbito continental. La política en Europa no existe.

Y aquí volvemos a lo más curvilíneo de su bibliografía, a sus vecinitas retozonas y como creadas por un dios lujurioso. Manara matiza que su intención siempre ha sido mostrar los efectos sociales del erotismo, no los aspectos privados. «De hecho, nunca he dibujado a dos personas haciendo el amor», ha dicho alguna vez.

¿Le han criticado muchas veces por machista?

He tenido desencuentros con colectivos feministas, sí, pero han terminado bien. Me daba miedo cuando empezaban una campaña en mí contra, pero el mensaje final que me han hecho llegar es que el erotismo también les gusta a ellas.

¿Se ha planteado dibujar también hombres desnudos?

Los he dibujado cuando la historia lo requería. Por ejemplo, en Los Borgia y en otras ocasiones. Pero debo decir que encuentro mucho más fascinante dibujar el cuerpo de la mujer. Por ejemplo, hablando del culo: está claro que dibujar un culo femenino es más fascinante que uno masculino. Lo encuentro de una perfección absoluta. Me recuerda a la perfección del universo.

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